En algún momento de nuestra historia perdimos la vergüenza de robar. Se nos cayó en el camino o se nos acostumbró el ojo a tanto afano. A la Chinina nunca le pasó. Con cincuenta años de bolichera en Tinoco, con 84 años de un lomo que se levanta todos los días para abrir el almacén y despachar; nunca le pasó.
El otro día unos parroquianos jugaban al pool en su almacén y ella tejía escuchando la bulla de las bolas que entraban a la tronera. Fue hasta la cocina a poner la pava para el mate y al volver los vio a los parroquianos en el depósito hurgando. Los corrió. Después se dio cuenta que le faltaban 70 mil pesos. Plata que había juntado para preparar el boliche para las patronales de la virgen del Carmen. Le contó afligida a un vecino, el vecino le contó al Gustavo que es el jefe comunal, el Gustavo le contó al comisario Iturri y llegó la Policía.
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En Tinoco, la mayoría de las casas dan a la plaza, los vecinos vieron cómo se paseaban los policías preguntando “quién le robó a la Chinina”. Entre tanto revuelo e indignación, entre el chusmerío se espabiló ese sentimiento que se agranda en los pueblos chicos: la vergüenza. Los padres de los parroquianos que le robaron a la Chinina fueron al Gustavo y le dijeron “nuestros hijos robaron”. Le llevaron la mitad de la plata y la otra mitad, que los chicos gastaron en ropa y zapatillas, quedó como un saldito a cubrir. Tienen 15 años los dos, son buenos alumnos del colegio los dos y robaron los dos.
En un momento de la charla con la Chinina, ella me dijo: “Me da vergüenza”. Yo le dije que no, que ella no debía sentir vergüenza si no sabe otra cosa más que trabajar. Lo dijo como tres veces, resignada y repasando con la mano la gamuza que tiende sobre el mostrador al lado de los vasos que sirve. “Mi papá nos tenía cortitos a mí y mis hermanos; y mirá que éramos diez, jamás se me hubiese ocurrido alzar algo ajeno”.
Y ahí, el que suspiré fui yo. Entendí que entre que la Chinina se crió y hoy, nos fuimos acostumbrando a conjugar el verbo “robar” y no sabemos usar el verbo “avergonzar”. Sin vergüenzas.