La dirigencia política está por estos días empeñada en encontrar un organizador de los malones delictivos que desde el domingo a la noche atacan sorpresivamente a comercios en diferentes puntos del país. Que los instiga Milei, que los instiga Bullrich, que los promueven militantes border K, que son de organizaciones sociales.
Hasta Raúl Castells, del movimiento Independiente de Jubilados y Desocupados salió a adjudicarse la organización de los saqueos, aunque nadie le creyó.
Pero a ninguno se le ocurre en serio pensar que lo que está sucediendo es consecuencia de lo que la política no supo hacer.
Desclasados siglo 21
Los que protagonizan los saqueos no tienen nada que perder. La escuela para ellos es un lugar que no les pertenece, el mercado laboral les da la espalda, el Estado es una etiqueta ausente. Familias quebradas, la droga como atractivo y medio de vida, el delito como la manera de "hacerse la diaria".
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Son los desclasados de un país que se jacta de sostener 40 años de democracia pero que no hace más que reproducir pobreza. Los que enarbolaron las banderas de la justicia social con políticas inviables generaron eso. ¿De qué se asombran ahora entonces?
Sin control de la calle
Si el Estado para estos vándalos es una etiqueta vacía, el peronismo no llega ni a un título. No contiene a esa generación, no la entiende, no la decodifica. Esa generación, claro, devuelve gentilezas: no se identifica con nadie.
No hace falta un reclutador entrenado para incitarlos a juntarse en una esquina a reventar vidrieras. Hasta puede sonar como una aventura jocosa: no es hambre. Es no tener nada que perder. Porque hasta la libertad (en el caso de que fueran llevados presos) es un valor relativo. No está claro siquiera que Milei pueda representarlos.
No tocó todavía el extremo
La protesta desatada ya en siete provincias, con ribetes violentos en el conurbano bonaerense, se focaliza en el robo en masa pero no en la destrucción masiva (todavía) de automóviles, vidrieras y patrimonio urbano como se vio en París, por caso, con los chalecos amarillos. Aquellos eran otros reclamos, es cierto, los locales son más modestos y de cabotaje, pero urge leer esos mensajes.
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Son los que se sienten expulsados del sistema, tan afuera de la vida ciudadana que son capaces de robar con un bebé a cuestas o disparar a una nena de 11 años en la puerta de la escuela.
En un país tan roto no debiéramos asombrarnos del tamaño de los escombros. Y menos hurgar para ver quién tiene la culpa de haber detonado la bomba.