La muerte de Wey Zapata conmocionó al mundo del motociclismo. Su historia se había vuelto un ejemplo de superación y tenacidad luego de que volviera a subirse a una moto tres meses después de perder un brazo en un accidente automovilístico.
Pero muchas veces en pos de la inclusión se permiten cosas que pueden terminar, como en esta oportunidad, en la muerte.
Wey quería correr y se entrenó para volver a subirse a una moto. Pero ¿Podía hacerlo? ¿Estaba en condiciones? ¿O podía convertirse en un peligro para terceros o incluso él mismo?
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El corredor Orlando Terranova criticó el permiso que le dieron al joven piloto y encendió el debate en todo el país. Según él, la Federación Argentina de Motociclismo miró para otro lado y priorizó el show.
La inclusión es importante y necesaria. Pero en ciertos momentos alguien debe poner un límite. En un deporte tan riesgoso no debe correr el que quiere, sino el que puede. La simple voluntad o las ganas no son suficientes y deben primar el sentido común.
La Federación sanjuanina, donde Wey había nacido, lo hizo y no le dio autorización para correr en su provincia. Entendían que con un brazo no estaba capacitado para correr y arriesgaba demasiado su propia vida.
Pero las demás provincias no lo entendieron de esa manera y dejaron que se subiera a una moto. Así lo hizo y dos meses después el Wey murió en Córdoba, a 600 kilómetros de su casa.
Muchos dirán que murió feliz haciendo lo que amaba, pero no tiene que terminar así. Cada uno es dueño de su vida y su destino, pero no de la vida de un tercero.
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Seguramente los dos pilotos que lo atropellaron durante la carrera no serán los mismos de ahora en más. Tampoco si alguna persona del público se convertía en víctima de un accidente.
La muerte es irreparable y nada devolverá la vida de ese joven piloto. Pero estamos a tiempo de no repetir el error. Esta vez el show pudo más y se llevó a un joven piloto que podría haber seguido su vida disfrutando su pasión desde otro lugar.