Recorrer los pasillos del Hospital de Niños de Córdoba te lleva a vivir sensaciones muy diversas. Un chico dolorido llora en la camilla de la guardia mientras espera ser atendido y otro sale ayudado por una enfermera y su papá con la pierna enyesada. Lo bueno y lo malo, la enfermedad y la cura en unos pocos metros de pasillo. Paredes descascaradas y otras llenas de dibujos hermosos que acaparan la atención de miradas preocupadas esperando la consulta con el médico.
El Hospital de la Santísima Trinidad es enorme, interminable. Los pasillos del ala de internación huelen a mates con azúcar y a comida casera que traen los papás que pasan horas y horas esperando que sus hijos mejoren.
Han pasado por aquí millones de pacientes, miles de médicos y enfermeros, porque acá no hay sábados ni domingos, todos los días son intensos y desafiantes en la salud pública.
Avanzamos a la zona de Cuidados Intensivos con las mujeres de la Fundación del Hospital que trabajan solidariamente hace más de 40 años. Nunca imaginé estar acá. En estos pasillos, el olor ya no es a comida sino a desinfectantes y los bip bip de las máquinas parecen tocar siempre la misma canción. Hay niños en estado crítico, los médicos se mueven en silencio y rápidamente con sus cabellos recogidos y las bocas tapadas con barbijo.
Para muestra basta un botón, dice el dicho; y la puerta corrediza deja ver a una nena de tres o cuatro años conectada por todos lados a los aparatos de la terapia mientras duerme, o eso parece. A su lado otro niño un poco más grande y al lado otro y otro... Los cinco sentidos no alcanzan para procesar la angustia de los papás desesperados a nuestro alrededor.
Los jefes del área me cuentan que la terapia está empezando a convertirse en una Terapia Humanizada. Significa que poco a poco la idea es transformarla en un lugar más acogedor para los internados y sus papás, ya que en muchos lugares del mundo estos cambios en la estructura han demostrado una mejoría en la recuperación de los pacientes. Un camino largo que obviamente necesita ayuda para concretarse porque parece que los presupuestos oficiales no alcanzan o no priorizan estas cuestiones.
Y acá es donde aparecemos los ¡Conejos Solidarios! Un grupo de cordobeses maravillosos que me ayudaron a concretar la idea de modificar esa terapia a través de la solidaridad. Diseñamos y fabricamos 700 remeras con una marca local, Malabia, para recaudar el dinero necesario que serviría para concretar el primer gran paso: los biombos que separarían cada una de esas camitas convirtiéndose en mini habitaciones para dar intimidad a cada familia de la UTI.
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Me encanta pensar que los Medios de Comunicación sirven de puente en estas cosas y sabía que El Doce no era la excepción. Compartí el proyecto con los colegas del canal y rápidamente los noticieros y la web se hicieron eco de la campaña. En un mes vendimos todas las remeras y recaudamos los 168 mil pesos que se necesitaban.
Una empresa cordobesa de ingeniería biomédica diseñó los biombos junto a los médicos de terapia y hace unos días fueron instalados. Además se pintaron murales para darle más color a las paredes del hospital con artistas locales y hasta se sumaron los papás. La Fundación por su parte, colocará en los próximos días televisores en la terapia para los niños que ya están más recuperados y saliendo del área crítica puedan ver películas.
¡Hay que festejar! Porque son pequeños granitos de arena que están dando sus frutos. Y creo que de eso se trata la solidaridad, de sumar pequeños gestos y esfuerzos, muestras de cariño que juntas hacen un montón. ¡Gracias a cada una de las personas que fueron parte de ésta red! Vamos por más.