Este lunes en París, bajo las luces y los flashes de todos los medios del mundo, los integrantes de “La Scaloneta” volvieron a emocionar a millones de argentinos que desde su casa veían como uno tras otro los premios más importantes del fútbol llegaban a manos de los representantes de la selección.
Sin embargo, la emoción por el premio y la repercusión mediática no lograron embriagar a Lionel Messi, el Dibu Martínez o al DT Lionel Scaloni.
Con matices, cada uno de los galardonados destacó dentro de su discurso de agradecimiento a sus compañeros. En un momento en que se otorgaban lauros personales, todos los premiados argentinos coincidieron en valorar el trabajo mancomunado, el esfuerzo en conjunto en la lucha por alcanzar el objetivo.
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Durante todo ese proceso al que que los jugadores hacen referencia, y mientras se forjaba el carácter de ese equipo, era común escuchar en charlas de café o ver y leer en redes sociales la pregunta: “Y vos: ¿te subís a “La Scaloneta?”.
De a poco y a media que los éxitos avanzaban, ese concepto de La Scaloneta aplicado a la selección nacional de fútbol fue ganando adeptos.
Sin embargo, en un país forjado bajo un concepto personalista y casi mesiánico de los liderazgos: ¿Tenemos arraigado ese concepto que cultivan sus integrantes?
Más allá de lo deportivo, desde lo político, lo social o lo económico, los argentinos siempre hemos tenido la tendencia a creer en los salvadores. Desde Perón a Menem, pasando por Néstor Kirchner o Mauricio Macri, aún en las antípodas de pensamiento y acción, siempre le hemos diferido la responsabilidad de “salvarnos” como país a personas, a individuos. Siempre por encima de proyectos o ideas. Apoyamos nuestras expectativas en ese mesianismo que nos atraviesa.
Lo mismo hicimos con el fútbol, nuestro emblema deportivo, nuestro deporte-cultura. “Le demos la pelota al 10”. Sea Maradona o Messi, siempre dejamos que la responsabilidad de llevar adelante el juego o la obtención del triunfo recaiga sobre una persona. El mejor, el salvador.
Más allá de las genialidades de Messi; Lionel, el pibe de Rosario casi cuelga para siempre la celeste y blanca cansado de chocar contra decepciones y críticas. De allí que sea el propio Lionel quien destaque al equipo por sus propios premios. También el Dibu y también el técnico.
Los ejemplos son numerosos y se dan en todos los aspectos de la vida de nuestro país. Tienen que ver con una construcción cultural que lleva años y que se compone de múltiples factores complejos que definen lo que somos: argentinos.
Pensando desde ese lugar cultural, social y político, y a riesgo de caer en la retórica, casi que se deslizan las preguntas: ¿Estamos realmente preparados para subirnos a la Scaloneta? ¿Somos capaces de adoptar el ejemplo más allá de admirarlo desde un TV? ¿Tenemos boleto para ese bondi?
¿Somos capaces como sociedad de confiar en el esfuerzo mancomunado y el sacrificio? ¿Podremos pensarnos como un equipo que enfrenta desafíos en común y que necesita de un trabajo de todos y de cada uno en su rol particular?