Es curioso, este grupo que va a jugar en Rusia y promedia los 30 años es medalla de oro olímpica, dos veces campeón mundial sub 20, subcampeón en el mundial de Brasil y dos veces subcampeón de América.
En cualquier otro deporte, con un palmarés así, estos muchachos obtendrían cuanto menos el calificativo de “generación dorada”. Sin embargo, para buena parte de nosotros no son más pechos fríos que apenas valen para burlas y memes.
Messi, que era el centro de todos esos ataques hasta que fue desplazado por Higuaín, tiene además nueve campeonatos de España, cuatro Champions League, tres mundiales de clubes, cinco balones de oro como mejor del mundo, cuatro botas de oro como máximo goleador de Europa, cinco trofeos de goleador español y es el máximo goleador de la historia en la selección argentina.
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Traeme la copa, Messi, traeme la copa, parece entonces el reclamo de un pueblo insatisfecho que le pide a otros que hagan lo que ellos no fueron capaces de hacer.
¿Qué más le podemos pedir? Cualquier evaluación lógica, de la más obvia racionalidad, indicaría que ya es bastante. Sin embargo cargamos sobre sus espaldas la responsabilidad de volver con el título bajo el brazo, so pena de no dejarlo subir jamás al podio de Maradona. Traeme la copa, Messi, traeme la copa. Porque si no me traés la copa, al resto de tus méritos me los paso por las que te jedi.
¿Qué viejo rencor pretendemos curar con semejante nivel de exigencia? ¿Con qué dolor tan profundo nos ha castigado la vida para que nos creamos con derecho a la tiranía de imponer demandas sobrehumanas?
Pensaba en esas cosas cuando el sábado a la noche, en el programa de Mirtha Legrand, una vedette me señaló una respuesta posible. La mujer acaba de tener un hijo y habló todo el tiempo de ese episodio mágico de la vida, a punto tal que es difícil saber si es su hijo lo que la pone más feliz o el hecho de que todo el mundo se entere de su felicidad. En un momento, pidió disculpas por lo que le parecía una exageración, y dijo que como había sufrido mucho en la vida, quería darle a su hijo lo que ella no pudo tener.
En su declamada felicidad de madre primeriza, no tuvo tiempo de reflexionar sobre que casi todos los padres somos iguales. Que nuestra intención esencial es que nuestros hijos no sufran como nosotros sufrimos, tengan lo que no tuvimos, disfruten lo que no disfrutamos.
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Traeme la copa, Messi, traeme la copa, parece entonces el reclamo de un pueblo insatisfecho que le pide a otros (sus hijos, sus deportistas) que hagan lo que ellos no fueron capaces de hacer.
Y hay más. ¿Es tanta nuestra necesidad de ganar en la vida que sólo admitimos el obsequio de un triunfo rotundo, sin medias tintas, nada de un honroso subcampeonato ni una escuálida semifinal? Como si no nos alcanzara con ser honestos, esforzados, perseverantes. Como si no nos bastara con acostarnos cada día con el placer de haber hecho lo mejor que pudimos. Necesitamos ganar y mostrar que ganamos. Enrostrarle al mundo que podemos ser campeones. O, como la vedette, gritarle a todo el que quiere oír lo felices que nos hace tener un hijo.
Traeme la copa, Messi, traeme la copa. Porque si no me traés la copa, además de no ponerte a la altura de Maradona, te voy a acusar del tremendo delito de no alivianar la carga de mis frustraciones, y obligarme a permanecer callado durante cuatro años más.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.