Antes que nada, anticipándome a la desautorización que muchos lectores tenderán a hacer de arranque, confieso: me declaro judío. No creyente, no practicante, pero judío. Y sí, tengo familia en Israel, país que he visitado en varias oportunidades. También estuve en territorios administrados por la Autoridad Nacional Palestina. En todos los casos, con mi único pasaporte, el argentino.
Estoy convencido de que esto no me inhabilita a apuntar estas líneas sobre ese país, al que considero que todo amante de la libertad y la vida en democracia debería respaldar en circunstancias como las actuales. En rigor, es lo que hacen muchos de los estados que más importancia le asignan a esos valores. También estoy convencido de que el apoyo a Israel, y el repudio a su contrincante actual, Hamas, es la causa que debemos abrazar quienes verdaderamente queremos que la población palestina mejore sus condiciones de vida.
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Ahora, vamos al punto de la adhesión que consiguen en ciertos sectores de la opinión pública global quienes agreden a Israel, como ocurre con Hamas por estos días. Es un fenómeno curioso el que se reproduce cíclicamente con este pequeñísimo Estado, que ocupa una superficie ocho veces más chica que la Provincia de Córdoba. Su población civil es atacada por agrupaciones que abiertamente proclaman su objetivo de destruirlo. Agrupaciones que responden a potencias que a la vista de todos expresan la misma vocación de exterminio (en los últimos años, notoriamente Irán).
Israel responde usando una porción mínima de su capacidad militar para neutralizar esas amenazas, con prácticas bélicas de una delicadeza jamás vista, que limitan su efectividad. Por ejemplo, avisar previamente cuáles serán los blancos atacados. Y, sin embargo, muchas voces se alzan para condenar a Israel, acusándolo falsamente de los peores crímenes. En el fondo, le exigen a Israel que tenga la amabilidad de facilitar el asesinato en masa de su población. La complejidad del dramático conflicto árabe-israelí contribuye a que este extraño fenómeno se reedite con tanta frecuencia.
Después de haber sobrevivido a varios intentos de exterminio por parte de países que, combinados, lo multiplicaban en territorio, población e infraestructura militar, en guerras cuyo desarrollo asombraron al mundo, Israel sufre en las últimas décadas, recurrentemente, otros tipos de ataques. A principios del siglo XXI fue una sucesión inédita de atentados suicidas en pizzerías, shoppings o paradas de colectivos. Cientos de ellos. Ninguna sociedad abierta enfrentó un desafío semejante.
Después vinieron las recurrentes lluvias de cohetes disparados contra la población civil israelí por dos agrupaciones islamistas que responden a Irán: Hezbollah, desde el sur del Líbano, y Hamas desde Gaza. Cualquier acción de Israel tendiente a defenderse de estas agresiones es sistemáticamente condenada por los regímenes más autoritarios y sus despistados aliados en el mundo democrático. En ese bloque se inscribe la Argentina, como mostró el mensaje de la cancillería de esta semana.
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El triunfo propagandístico del terror se consuma gracias a la confusión de buena parte la comunidad periodística que aborda el tema. Medios de comunicación de todo el mundo regularmente rigurosos, cuando de Israel se trata, suspenden las prácticas habituales de chequeo. De repente, lo que informa Hamas se asume como cierto: "Israel mata 15 civiles, 10 de ellos niños", o "una familia completa muere en un bombardeo israelí", son y serán titulares corrientes en estos días, como en cada conflicto que involucra a Israel. Si el lector se toma la molestia de leer notas así hasta el final del texto, verá que la fuente de la supuesta información queda en la nebulosa.
Cuando se la explicita, el resultado sorprende: es el ministerio de sanidad de Gaza, o sea, Hamas. ¿Puede una agrupación calificada como terrorista por la Unión Europea, Canadá, Japón y Estados Unidos, que, entre otros rasgos brutales, reconoce que su objetivo es aniquilar a todos los judíos de la región y que abiertamente ejecuta homosexuales, resultar lo suficientemente creíble como para que se titule así? Y aún cuando la información sea veraz, correspondería atribuir esas muertes a Hamas, que deliberadamente esconde sus recursos militares entre su población civil. Cada muerte palestina es un triunfo para la narrativa que promueve el terrorismo.
El conflicto es complejísimo y antiguo. Y no hay fórmulas que puedan aportar claridad en pocos minutos. Para analizarlo se necesita mucho tiempo de meticuloso estudio. Sin embargo, la actual coyuntura sí puede ser explicada de manera sencilla. Lo hizo brillantemente la politóloga Cecilia Denot en twitter: "Hamas ataca civiles, Israel objetivos militares. Israel invierte en seguridad, Hamas no. Un Estado democrático no es lo mismo que un grupo terrorista. De allí la falsedad de las analogías y la diferencia en bajas. No marcar estas diferencias es faltar a la verdad."