Ha empezado a brillar otra estrella en el firmamento republicano. Ron DeSantis amenaza con eclipsar a Donald Trump. La contundente victoria con que obtuvo la reelección como gobernador del estado de Florida en los comicios de medio término, le dio centralidad en el escenario político del partido de los conservadores norteamericanos.
Trump, por el contrario, salió debilitado de este crucial proceso electoral porque sus candidatos, los que designó con su propio dedo para que compitan por gobernaciones estaduales, fueron derrotados por los aspirantes demócratas.
No está claro si se trata de un inexorable declive del liderazgo de Trump, pero si lo fuera ¿implica un viraje republicano hacia el centro? No, de ninguna manera. Habría viraje hacia el centro si la figura emergente fuera un moderado, pero DeSantis es más ultraconservador que el magnate neoyorquino. Por lo tanto, la deriva por los extremos del conservadurismo continúa.
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No es la primera vez que el Partido Republicano incuba figuras extremistas. Entre los ejemplos más notables está el senador por Wisconsin Joseph McCarthy, con las “cacerías de brujas” comunistas que le pusieron a la década del cincuenta el rótulo de “macartismo”. A la siguiente década la marcó el conservadurismo durísimo de Barry Goldwater y después aparecerían otras figuras más extremas aún, como Pat Buchanan.
Ronald Reagan fue, junto a Margaret Thatcher, el gran impulsor de la “revolución conservadora” que avanzó por el mundo en la década del ochenta. Pero a pesar de su inmensa popularidad y vigoroso liderazgo, nunca intentó situarse sobre la institucionalidad de la democracia estadounidense.
El extremismo renació contra la administración Clinton, con el Tea Party y dirigentes exacerbados como Newt Gingrich. Pero la radicalización que imprimió Trump cruzó los umbrales del golpismo, con su intento de destruir el proceso electoral en el que fue derrotado por Joe Biden.
Ese intento de continuar en la presidencia deformando la institucionalidad democrática del país, incluyó el brutal asalto al Capitolio que dejó un saldo de cinco muertos y una mancha en la historia de los Estados Unidos.
En esta elección de medio término, con el Partido Demócrata debilitado por la mediocridad del actual gobierno, Trump esperaba consolidar su control total sobre el Partido Republicano y avanzar hacia dos objetivos: usar las mayorías abrumadoras que esperaba obtener en las dos cámaras del Congreso para imponer un juicio político que saque a Biden de la presidencia, y postularse para volver a la Casa Blanca en las elecciones del 2024. Pero no logró las mayorías abrumadoras en el Congreso ni consolidar su dominio sobre el Partido Republicano.
Los candidatos que él mismo designó y se caracterizan por idolatrarlo, fueron derrotados por sus contendientes demócratas, y su dominio sobre el espectro conservador quedó desafiado por la figura ascendente: el gobernador de Florida Ronald Dion DeSantis.
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Si Trump pudiese controlar la furia negligente que desata su egolatría cuando no consigue lo que quiere, no habría acusado a DeSantis de “desleal” justo en el momento en que el gobernador de Florida conquistaba una victoria rotunda.
Para el ex presidente, DeSantis debió decir “no; el candidato republicano será Trump” cuando los periodistas le preguntaron si competiría en las primarias por la candidatura a presidente en el 2024. No fue eso lo que respondió el gobernador de Florida, aunque tampoco dijo que buscará esa postulación. Y Trump estalló de furia, exhibiendo debilidad en lugar de fortaleza.
Ahora no puede echarse atrás. Trump había anunciado que el 15 de noviembre, en el marco imponente de su mansión Mar-a-Lago, daría ante la prensa una noticia “especial”. Todos dedujeron lo que indicaba el sentido común: el anuncio de su candidatura para las elecciones presidenciales del 2024. Pero como el resultado de las elecciones de medio término le fue adverso, la pregunta que crecía mientras avanzaba el escrutinio es si dará marcha atrás con el tan mentado anuncio de este martes.
Es difícil que vuelva sobre sus pasos. No anunciar su postulación sería darse por derrotado sin siquiera haber luchado en las primarias. O sea rendirse ante DeSantis, el hombre que empieza a brillar como nueva estrella del firmamento conservador.