Los que saben de música se paran arriba del trono y dictan. El resto copia, como en un dictado en el colegio. Pero a los negros cuarteteros les toca el quinto patio, ni escuchan el dictado. Allá, con las gallinas y los chanchos.
En el primer patio toca la señorita Cultura su piano de cola. Casi como una postal de la colonia. La libertad de versionar lo que se les cante solo está permitida para el rock sacrosanto. Por eso los Guns pudieron hacer más famosa Golpeando las puertas del cielo que su propio autor, el Nobel de Literatura, Bob Dylan.
Claro que los que critican a un tipo que hizo en Tinelli un cover sabían desde siempre que ese tema que bailamos lento en los 90 ooooobvio que no es los Guns N' Roses. Knock-knock-knockin on heaven's door.
Después enarbolan la bandera de la libertad y van al Inadi para denunciar cualquier exceso ajeno. Mientras, llenan los foros con comentarios así: “Cómo puede arruinar un tema así el negro drogón este” (las tildes no son textuales). Porque la libertad es libre para los libres que pueden cantar lo que se les cante, no para los cuarteteros.
Eso sí, cuando el rock baja al barro de los bailes es el gran gesto magnánimo, la gran generosidad del género mayor al menor. Vienen y se sacan la foto con la Mona, casi como una experiencia antropológica, dicen que Córdoba tiene un público re-re-re-exigente, que está buenísimo el fenómeno, que cómo mantienen el ritmo de tantas presentaciones al mes, que qué bárbaro lo que levantan por fin de semana, etc.
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Siempre está bien visto cuando el Rock baja al cuarteto. Como en los 80 cuando León Gieco versionó con La Leo en un patio de baile en Oncativo la versión cuartetera de su himno Solo le pido a Dios.
El rock puede venir al patio de los negros cuarteteros cuando quiera. Ahora, si el cuarteto quiere tocar el piano de cola de la cultura, tiene que pedir permiso.