Si alguien no reconoció una vida, puede estar toda una vida sin reconocer una muerte. Y esa vida empezó a vivir Gonzalo Lizarralde la noche que terminó con la vida de Paola Acosta.
Lizarralde tiene toda una vida para meterse en el “olor a bosta” de su alcantarilla. La construyó como una celda. La construyó en una noche. En una larga noche. La última de Paola y la primera de Martina sin mamá. Tiró ahí toda su cobardía de macho y tiró la cadena y la cadena, hoy, lo ata de por vida.
Si alguien no reconoció una vida, puede estar toda una vida sin reconocer una muerte.
Porque, aunque la sentencia y las doctrinas y las bibliotecas penales no encuadren acá el femicidio, adonde vaya (que si se cumple la condena efectiva no deberían ser muchos lugares) todos sabrán que la mató por ser mujer.
La mató, como reza Eduardo Galeano, por el miedo que le dan las mujeres libres a los cobardes que se creen hombres dueños.
Lizarralde tiene toda una vida; Paola, no.