Te ganaste el aplauso con el máximo de los esfuerzos posibles: tu libertad.
Aplaudite por resistir sin un peso y no poder salir a buscarlo.
Aplaudite por soportar la angustia de perder el trabajo.
Por el nudo en el estómago que te genera la incertidumbre de no saber cuándo vamos a salir.
Aplaudite por los días que llevás sin ver a tu hijo, por el beso a tu nieto que seguís postergando. Aplaudite por aguantarte ese abrazo que les debés a tus amigos. Por bancarte el miedo de besar a tu hombre o a tu mujer.
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Aplaudite porque resignaste tus caminatas, tus encuentros, tu café, tus mates con la gente que extrañás. Aplaudite por el sacrificio de no disfrutar de tus paisajes cotidianos, del aroma de tus flores favoritas.
Aplaudite por dejar a un costado todos tus planes, tus deseos, tu idea de futuro. Aplaudite por resistir que tu pareja haya quedado atrapada lejos de vos, que tus hijos hayan quedado con tu ex, que tus padres no puedan recibirte por miedo al contagio.
Aplaudite porque pese a que si fuera por vos saldrías a pelearle a la vida, como hacías siempre, y no lo hacés porque entendiste que no sólo es cuestión tuya. Que es cuestión de todos los demás también. Y entonces aplaudite porque te quedás en tu casa, pensando que así colaborás con el otro, aunque tu casa de quede cada día más pequeña.
Acordate. Esta noche a las nueve. Aplaudite. No hay acto de heroísmo más valeroso que el tuyo.