Desde que el oficialismo perdió las elecciones de medio término del 2021, la Argentina entró en zona de turbulencia: ante la falta de resultados económicos, se quebró la frágil alianza en la coalición de gobierno y todas las peleas, cartas, twits, desplantes, arengas y demás que le sucedieron acrecentaron el desbarajuste.
Sergio Massa llega al Ministerio de Economía con la convicción de que, calmando las aguas de la política, logrará acomodar los desequilibrios macro que han puesto a la Argentina al borde del abismo.
Aparecen entonces dos teorías. Una es que el alegato solitario de Cristina embarre los planes de Massa, es decir, que vuelva a revolver lo que el líder del Frente Renovador está buscando aplacar. Una vicepresidenta que pide al peronismo que la apoye pese a que le han pedido 12 años de prisión por corrupta y que celebra sus anteriores 12 años de gobierno (cuando fue la década de las oportunidades perdidas) acrecentaría el descrédito de un país al que nadie ya le cree.
Podrían escalar otra vez los dólares libres, el FMI este semestre podría exigir que se abandone tanta contabilidad creativa, el remarque de precios “preventivo” podría acelerarse todavía más y la sensación ciudadana de que todo está volando por los aires volvería otra vez a la conversación cotidiana. Así, el giro más ortodoxo que pretende darle a la economía, rubricado con la llegada de Gabriel Rubinstein a su equipo, quedaría opacado por estos dislates de la vice.
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La otra teoría es que, justamente, se esté buscando disimular el ajuste de Massa. Cristina ha aceptado el ajuste, pero no un salto devaluatorio. Bajo esa premisa, el acting de la vice habría estado cuidadosamente pensado, con balcón y marcha peronista incluida, para distraer la atención de lo que verdaderamente importa.
De hecho, todos hablamos hoy de su descargo de hora y media por YouTube y nadie dice nada de que cortaron las compras de computadoras del Conectar Igualdad, que el 40% de los hogares perderá los subsidios energéticos (y no el 10%, como se pensaba) y que se está conversando con el “maldito campo” para mejorarle las condiciones que aceleren la liquidación de la soja remanente.
Cuesta pensar en una Cristina metódica, dispuesta a ser parte casi de un mecanismo de relojería para que no se note que su gobierno está ajustando. Capaz que esté saliendo de carambola. Pero sí ella es consciente de una cosa: su gobierno camina al borde del abismo. Y un dólar en alza, con reservas negativas en el Central, te empuja un paso hacia adelante.