Lázaro Báez lleva 46 días preso en una pequeña celda del pabellón 6 de la cárcel de Ezeiza, desde su cinematográfica detención en el aeropuerto de San Fernando, aquel martes 5 de abril.
Mientras él duerme en un colchón roto, la justicia allanó sus lujosas casas, departamentos y estancias en Santa Cruz y Capital Federal, encontrando nuevas propiedades que le pertenecen.
El empresario no deja que sus hijos lo vean en el penal y sólo les habla por teléfono. Uno de ellos, Martín, también está imputado en la causa de la "ruta del dinero K", por la que Lázaro está tras las rejas.
¿Por qué no quiere que lo visite su familia? Porque Báez no se permite llorar en prisión. Su colaborador Daniel Pérez Gadín sí se quiebra cuando se van sus familiares.
Lázaro habla poco con el resto de los internos y con los miembros del Servicio Penitenciario. Sí se quejó de algunas condiciones, como por ejemplo el inodoro de metal que debe usar. “Tengo que limpiar todo yo”, le contó a un amigo.
Lee mucho, por ejemplo, el expediente de la causa en la que analiza declarar como “imputado colaborador”, para intentar una rebaja en la condena. Sí recibe de visita a consejeros y abogados.
Además, juega al fútbol, recomendación de los penitenciarios para que haga algo de ejercicio. Otros presos creyeron que no toleraría un partido en prisión. Pero Báez tiene experiencia como un rudo defensor y se toma en serio los encuentros.
Dicen que está muy enojado con Cristina y Máximo Kirchner, porque no recibió ningún llamado de ellos ni fue defendido públicamente por ningún integrante del Frente para la Victoria. “Nunca le gusté, soy negro y feo”, ironiza respecto a la ex presidente.
Es más, devolvió a la familia Kirchner las llaves del Mausoleo que construyó para alojar los restos de Néstor Kirchner. “Todo lo que hice fue con mi amigo Néstor. Ahora se lo quieren quedar otros…”, se queja, según el informe de Nicolás Wiñazki para el diario Clarín.