“Antes de que fuera secuestrado mi hijo, yo era una mujer del montón, un ama de casa más. Yo no sabía muchas cosas. No me interesaban. La cuestión económica, la situación política de mi país me eran totalmente ajenas, indiferentes.
Pero desde que desapareció mi hijo, el amor que sentía por él, el afán por buscarlo hasta encontrarlo, por rogar, por pedir, por exigir que me lo entregaran; el encuentro y el ansia compartida con otras madres que sentían igual anhelo que el mío, me han puesto en un mundo nuevo, me han hecho saber y valorar muchas cosas que no sabía y que antes no me interesaba saber. Ahora me voy dando cuenta que todas esas cosas de las que mucha gente todavía no se preocupa son importantísimas, porque de ellas depende el destino de un país entero; la felicidad o la desgracia de muchísimas familias”.
Esas valiosas y sentidas palabras las dijo Hebe De Bonafini, en 1982, en una iglesia en Madrid. Esa es la misma mujer que con toda valentía, cuando nadie se animaba a ser valiente , se calzó un pañuelo blanco, invitó a otras mujeres, y comenzó a dar vueltas a la plaza de mayo.
Ese grito silencioso de cientos de madres, que habían perdido a sus hijos, arrebatados por la más feroz dictadura en nuestro país. Esa Hebe, ese ícono de la lucha, esa madre desgarrada por la desaparición de dos hijos y una nuera, también fue nuestra.
Qué pasó en el medio de todo eso para que, esta mujer, que se destacó por la lucha contra la impunidad como por revindicar la vida de los desaparecidos, esté siendo perseguida por esa misma Justicia (a la que por años le reclamó) para que se presente a declarar.
Es cierto que, por su edad avanzada (nació el 4 de diciembre de 1928), podría haber sido indagada en su domicilio, y en todo caso,que el juez le fije prisión domiciliaria. Es cierto también que podría haberse presentado sin convertir esto en una causa política.
Es cierto que, aquellos que estaban “políticamente depreciados” se prendieron ayer, de un oportunismo sin límites, y fueron a cubrirle la espalda a una mujer fuera de si, justo en la misma plaza en donde ella y sus compañeras de pañuelos blancos se convirtieron en referente de lucha y perseverancia para el mundo entero.
¿Cómo podría generar un juez una orden de detención sin temblarle el alma? ¿Cómo podría la policía detener a esta mujer que ni siquiera el mismísimo dictador Videla se animó encarcelar?
El peso de la historia es tan grande que es muy triste, por donde se lo mire, lo que los argentinos comunes vemos, en este escarnio entre la mayor referente de la lucha por los derechos humanos y la Justicia que ella siempre reclamó. Hubiese sido tan simple... presentarse, declarar... como cualquier mujer del montón hubiera hecho.