Mario Almonacid tenía 16 años cuando subió a un tinglado para buscar una pelota de fútbol en la hora de gimnasia. No había actuado imprudentemente, sino que había pedido autorización. Jamás hubiera imaginado que la vida le cambiaría para siempre en ese techo de la escuela Ipet 57 Comodoro Rivadavia de barrio General Paz.
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En aquella jornada de marzo de 2005, el adolescente dio un paso en falso y cayó desde una altura de ocho metros, estampando su cabeza contra las tuberías de gas. El cuadro era preocupante: tenía la cabeza destrozada y una pérdida masiva de masa encefálica.
Por su parte, los médicos le daban solo un 5% de probabilidades de sobrevivir. La ciencia no creía que Mario iba a lograrlo. Pero cuando la ciencia no encuentra explicaciones, ahí es donde se abre paso la fe. Y la familia Almonacid entregó sus plegarias y oraciones a sus creencias.
Dos meses después del fatídico suceso, el joven despertó y saludó a la enfermera con total naturalidad: "Good evening. What is your name?" (En castellano, "Buenas noches", "¿Cómo te llamás?"). Las frases en inglés descolocaron a la profesional, que unos instantes después estaba rodeada de los doctores y terapistas que supervisaban a Mario.
Ninguno entendía cómo este chico estaba hablando como si nada hubiera pasado. Y más se extrañaron aún cuando los nombró hasta por el apellido. "¿Por qué no decir que es un milagro?", sostuvo en ese entonces el director del Instituto de Rehabilitación Neurológica, Rodolfo Castillo Morales.
18 años después del milagro, Telenoche visitó el hogar de los Almonacid y Mario recibió a Néstor Ghino con su calidez característica. Recordó el accidente como si hubiera sido ayer, pero no se desanimó: "Trato de no bajar los brazos".
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"Hoy puedo decir que puedo caminar, saltar, andar, afeitarme, bañarme, comer y leer gracias a la ayuda de Dios", afirmó con seguridad.
Su papá Nicolás también es fiel creyente y rememoró la dramática situación de marzo de 2005 en la que el sufrimiento, la fe, las oraciones y las plegarias estuvieron a la orden del día: "Los médicos fueron muy realistas. El doctor Muñoz, neurocirujano, me dijo: 'Hice lo que pude'. Fue muy fuerte para mí. Hay alguien que existe para mí, se llama Dios, Jesús, al que yo le entregué mi hijo".
Sueños y urgencias
Aunque Mario tenga secuelas físicas y neurológicas, le pone el pecho a la vida y tiene el sueño de poder abrir un comedor comunitario "para alimentar a la gente que no tenga para comer".
Su padre desea que su hijo cumpla ese anhelo, que incluye la adquisición de un horno para cocinar. Pero también necesita urgentemente que la obra social le reconozca el transporte y el acompañante terapéutico. Porque la rehabilitación de Mario continúa. Al igual que el crecimiento de la fe de toda la familia del "Chico Milagro".