Fernando es hijo de Ricardo Fermín Albareda. Su padre fue asesinado y desaparecido. Adriana es hija de Hugo Britos. Su padre fue represor condenado por asesinato durante la dictadura cívico-militar.
“El papá de ella participó del asesinato de mi padre”. La frase de Fernando cae como un rayo mientras Adriana asiente tranquila con la cabeza, y también se presenta como “hija de un represor”.
Ambos se conocieron en el juicio denominado “II”, donde Luciano Benjamín Menéndez junto a otros represores fueron condenados a reclusión perpetua por tormentos, asesinato y desaparición de personas.
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Por primera vez, ellos se juntaron en el espacio que funcionaba como el centro clandestino de detención D2 entre 1978 y 1983, en el centro de Córdoba. En esa sala del infierno es donde la vida de estas personas confluye.
“Este encuentro tiene una carga emocional tremenda, porque aquí trabajó mi padre y yo, sin saberlo, empecé mis primeros pasos como policía” afirmó Adriana con Noticiero Doce.
Caminamos juntos y descubrimos paredes y vestigios de un pasado que nadie hubiese querido vivir. Pero es imposible obviarlo y, a pesar del dolor, hay que recorrerlo.
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“Mirá Adriana... ni vos sos tu padre, ni yo soy el mío. No tenés que pedirme perdón, ni yo disculparte”, le dijo con sinceridad Fernando a ella. Ante esta realidad y buscando la paz, surgió un abrazo interminable, un abrazo que cura.
Y cuando les pregunté qué significaba un abrazo entre ellos, él respondió: "Para mí es sanador”. Mientras que Adriana lo definió como “una frecuencia de felicidad desconocida". Sin dudas es el abrazo que a ambos les cambió la vida.