De los muchos productos que representan a la gastronomía cordobesa, hay uno que es emblema: el cabrito o chivito de nuestro norte.
Al horno, a la parrilla, a la cacerola, deshuesado, entero, troceado, el cabrito casi siempre termina siendo un manjar al llegar al plato.
Cada cocinero profesional o amateur tiene su secreto o costumbre para prepararlo. Están los que los condimentan mucho y los que prefieren que sólo lleve un poco de sal para que se luzcan los sabores. Están los que los prefieren bien chiquitos y los que eligen animales más grandes. Están los que lo maceran y los que lo cocinan directamente. Y estamos los que nos gustan de todas las maneras.
Para la cena de nuestra servilleta rumbo al balotaje, hubo un comienzo con unas berenjenas en escabeche y una cremita de queso azul como para esperar al rey de la zona de Quilino.
Hasta que llegó una generosa porción de cabrito al horno, con unas papas fritas y ensalada de rúcula y parmesano.
En ese caso, era un animal más bien grandecito, por eso la cocción al horno era la apropiada. Semejante bicho a la parrilla me parece que iba a quedar un poco duro. Estaba bien dorado por fuera y jugoso por dentro.
Después de ese manjar, el postre fue una sinfonía de sabores a la altura o, tal vez, por encima del principal. Unas naranjas al Campari y queso mascarpone y un mouse de chocolate al tequila.
Las naranjas grilladas con una generosa cantidad del aperitivo lo que le da un sabor más que interesante. El mouse estaba hecho con chocolate derretido en crema y al final unas gotas de tequila como para perfumarlo y hacerlo más rico aún.
Buen provecho.