Las misiones Gemini fueron las que marcaron el camino para que, posteriormente, el hombre llegue a la luna. Los pilotos de estos viajes indicaron a las siguientes generaciones lo que se debe hacer bien y lo que se hace mal.
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John Young, uno de los dos astronautas que fueron en la primera misión, no llegó nunca a la luna pero pareció haber vivido en ella. No se sabe si habrá pensado que pasaría hambre o que nuestro satélite era de queso. Lo cierto es que, segundos después de partir, sacó un sándwich de su bolsillo para convidarle un mordisco a su compañero.
Uno de los objetivos de la NASA, en esa ocasión, era investigar cómo se debían alimentar los tripulantes durante un viaje largo. Para ello, Young debía ingerir comida espacial y Grimson no debía comer nada.
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Sin embargo, por diversión o por rebeldía, el portador del alimentos violó el proyecto, comiendo un trocito de pan con carne que había comprado dos días antes. Su compañero no abrió la boca. No para evitar hacer algún tipo de comentario al respecto, sino para no inhalar las migas de pan que empezaron a flotar.
Los que sí la abrieron, fueron los directores del vuelo. Pero para pegar un grito en el cielo, a pesar que estaban sentados frente a los comandos de control de Cabo Cañaveral.
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Como no hay error que no termine en enseñanza, desde ese tiempo se prohibió el pan para siempre. Hoy se usa harina de maíz. Porque las migas de trigo o centeno, en la microgravedad de la cabina, pueden meterse en los ojos y narices de los astronautas. También pueden generar incendios si van a parar a los paneles eléctricos.
Después de este incidente, el viaje terminó exitosamente. Pero se recuerda la anécdota y no el resultado. En el Grissom Memorial Museum en Indiana todavía se exhibe resto del sándwich de carne.