Por no aprobarse las listas de los otros contendientes, una veterana activista de 63 años se convirtió en la nueva Jefa de estado en Singapur. Halimah Yacob, a pesar de una poseer una extensa experiencia política y de contar con un gran apoyo de los sectores más humildes de la sociedad, no pudo legitimar el acceso al poder en la voluntad popular.
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Pero, aunque no hubo sufragios, su llegada al gobierno sí es legal, pues el comité electoral le liberó el camino a la presidencia ajustándose a derecho.
Antes de la votación, prevista para el 23 de septiembre, la máxima autoridad comicial determinó que la única que cumplía con los requisitos exigidos por la ley era Yacob, eliminando de la competencia democrática, en el mismo acto, a los dos potenciales rivales.
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Según la Constitución del país asiático, los políticos deben previamente justificar sus ingresos durante los últimos tres años, si quisieran participar de las elecciones. Los adversarios, dedicados al mundo de los negocios, no pudieron garantizar el origen de las ganancias obtenidas en dicho plazo.
La misma carta magna, modificada el año pasado, permite que la minorías étnicas se hagan cargo del poder ejecutivo. Es la primera vez que alguien de sangre malaya (un 13 por ciento del país) rompe con la hegemonía de mandatarios de origen chino, raza que representa el 75 por ciento de la población de la ciudad-estado.
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La nueva presidenta está casada, es madre de cinco hijos y fue presidenta del Parlamento. Antes de asumir al cargo declaró: “Soy la presidenta de todos”, en referencia a su pertenencia de tribu. “Aunque no haya habido elecciones, mi compromiso para servir a la gente de Singapur no ha variado”, así se expresó a sus connacionales.