“Venimos de un gobierno peronista que, por primera vez en la historia, tuvo trabajadores en relación de dependencia bajo la línea de pobreza”. La frase no pertenece a un líder libertario ni a un dirigente la de UIA. Se trata de declaraciones de la diputada nacional kirchnerista Gisela Marziotta, durante una entrevista con Infobae.
El diagnóstico de Marziotta es correcto, y cobra relevancia el día en que se cumple el primer paro nacional contra el gobierno de Javier Milei. Son varios datos los que demuestran que tener un trabajo en relación de dependencia hoy no es suficiente para evitar caer en la pobreza.
Según datos del Ministerio de Trabajo de la Nación, en Argentina sólo 10,3 millones de personas tienen empleo registrado. De ese total, sólo 6,3 millones trabajan en el sector privado. El resto se divide entre empleados del sector público, monotributistas y trabajadoras de casas de familia.
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Los otros argentinos se ganan la vida con trabajos informales y haciendo changas. Son los más golpeados por la inflación. No pueden hacer paro porque no comen. Nadie los escucha. No tienen voz.
El paro de la CGT desnuda la desigualdad que hay en el mundo del trabajo en Argentina. Una brecha que crece silenciosamente entre quienes gozan de la protección de convenios colectivos a veces inviables y aquellos que tienen que salir todos los días a ganarse el mango.
Nivelar para abajo nunca es la solución. Tampoco lo es una medida de fuerza que perjudica principalmente a los laburantes obligados a pagar un taxi porque no pueden volver de sus trabajos a sus casas. Menos un paro que frena en seco las ventas de los comercios céntricos, justo un 24 de enero, cuando sobra tanto mes y falta tanto sueldo.
Una vendedora del local de una galería en la avenida General Paz me dijo: “Siento que el paro me lo hacen a mí. Nosotros laburamos todo el día. Es injusto esto”.
Nada más que agregar.