El mundo tiene la sensación de caminar por los umbrales del infierno. Eso parecía anunciar el extraño espectáculo de luces en el cielo de Israel. Con aspecto de luciérnagas estallando sobre el firmamento, lo que se veía es la puerta de entrada a una conflagración de alcances impredecibles.
No está claro el daño que los drones y misiles iraníes causaron en territorio israelí. Quizá nunca se sepa con exactitud porque habrá dos versiones opuestas al respecto. La impresión es que Israel lució más su moderno sistema de defensa antiaérea que lo que Irán pudo con su poder de devastación. Aún así, lo prudente es saber que las certezas quedan malheridas en acontecimientos bélicos como éste.
La única certeza posible es que Irán ha realizado su primer ataque directo a Israel, tras una larga lista de ataques tercerizados que incluyen las masacres perpetradas en Buenos Aires durante los años ‘90. Aunque parezca nimia, la diferencia entre atacar a través de terceros y hacerlo de manera directa es muy grande y significativa.
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Israel lleva años lanzando sobre Irán ataques cibernéticos y eliminando jerarcas militares a lo que agregó semanas atrás el primer bombardeo sobre territorio, según lo establecido por la Convención de Viena de 1961, al atacar la embajada iraní en Damasco.
Más allá del largo enfrentamiento irano-israelí, la carga simbólica de lo que ocurrió en el amanecer del domingo en Medio Oriente es un punto de inflexión. La gran incógnita es lo que viene como consecuencia.
En principio, las posibilidades son dos y totalmente opuestas: una, el ataque de Irán a Israel es el Big Bang de una guerra con potencialidad de globalizarse, incluyendo a China y Corea del Norte del lado iraní y las potencias occidentales del lado israelí. La otra posibilidad está en las antípodas y es que, ante el riesgo de una guerra global de consecuencias impredecibles, las superpotencias obliguen a las partes enfrentadas a ser parte de una negociación que saque al Oriente Medio y al mundo del umbral de una conflagración global.
No se puede descartar que ocurra lo segundo. El ataque iraní fue masivo pero con componentes que parecen indicar una intención más simbólica que letal. No es común que el atacante anuncie el inicio del ataque y la teocracia persa anunció el lanzamiento de drones y misiles con siete horas de antelación a su llegada al territorio israelí. También es posible pensar que, si la intención del régimen chiita era provocar una devastación, habría usado sus misiles balísticos hipersónicos, que superan cinco veces la velocidad del sonido y por ende se vuelve incontenible para los sistemas antimisiles. Y hubiera ordenado que Hezbolla desde el Líbano, las milicias pro-iraníes de Irak y Siria, y los hutíes desde Yemen disparen lluvias de misiles sobre el norte y el sur de Israel, saturando la capacidad de intercepción de la Cúpula de Hierro, el sistema antimisiles del Estado judío. Eso tampoco ocurrió.
Hezbolá, las milicias pro-Irán de Irak y Siria, y los hutíes habrían lanzado unos 120 misiles, que sería en comparación con lo que poseen sus arsenales una cantidad módica de proyectiles y drones que, sumados a los disparados por Irán, resultaban claramente insuficientes para saturar el dispositivo israelí antimisiles.
De tal modo, hay razones para pensar que Irán ha respondido de manera limitada el ataque israelí sobre su sede diplomática en Damasco y por lo tanto estaría dispuesto, como han expresado sus máximos líderes, a dejar todo como está si Israel no responde con un ataque directo sobre territorio persa.
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La pregunta que recorre como una sombra el mundo por estas horas es si habrá respuesta de Israel. Es posible que el gobierno de Netanyahu se conforme con haber lucido su asombrosa capacidad de neutralizar bombardeos, pero también es posible que se tiente con devolver el golpe, porque puede hacerlo. En ese caso, las posibilidades son que responda de manera contenida y negocie con Irán que no haya contra-respuesta, o que responda de manera devastadora aprovechando que los iraníes carecen de un sistema antimisiles tan eficaz como la Cúpula de Hierro israelí.
Lo tranquilizador es que las superpotencias no quieren una escalada que pueda globalizarse. Estados Unidos y Europa se lo están diciendo a Netanyahu, mientras que China hace lo mismo con Irán.