Quienes de verdad quieren ayudar a los venezolanos a salir de esta novela trágica que lleva un cuarto de siglo, no sobreactúan la presión sobre Maduro. Se pronuncian en términos institucionales, reclamando transparencia, recuento de votos y entrega de las actas y los resultados desglosados por mesa electoral, para demostrar de manera transparente la verdadera voluntad popular expresada en las urnas. Mientras que, quienes actúan haciendo mezquinos cálculos políticos, lo que buscan es usar a los venezolanos para convertirlos en militantes de sus propias causas ideológicas. Hacerlos súbditos de los liderazgos que intentan construir a escala internacional.
Eso pareció el presidente argentino en un mensaje que deja a la vista la intención de convertir la causa democrática de los venezolanos que votaron contra el facineroso régimen chavista, en una causa libertaria; ultraconservadora. Cada línea del mensaje de Javier Milei demuestra lo que corona, como lamentable broche de oro, el grito de “viva la libertad carajo”. La firma al pie del panfleto.
La pelea impresentable en la que se trenzaron Nicolás Maduro y el jefe de Estado argentino sólo les sirve a ellos. Son enemigos íntimos. Atacándose, se benefician mutuamente. Cada uno es el enemigo más conveniente para el otro.
Decir esto no es situarlos en el mismo plano y sostener que son lo mismo. Maduro es un dictador y ya logró “destruir el Estado desde adentro”, empobreciendo a casi toda la población y dolarizando la economía.
Se trata simplemente de señalar lo evidente: siempre viene bien tener como enemigo a un impresentable y extremista.
+ MIRÁ MÁS: Tensión en Venezuela: denuncian que encapuchados intentaban entrar a la embajada argentina en Caracas
El resto de los gobernantes y dirigentes que cuestionaron la proclamación de Maduro, se divide entre suaves y categóricos, dos grupos que, en distinto grado, actuaron correctamente en defensa de la voluntad del pueblo venezolano.
El grupo de observadores que envió el Centro Carter se pronunció más acertadamente que los presidentes de Brasil, Colombia y México, al concluir de manera categórica que las elecciones en Venezuela “no pueden considerarse democráticas”.
También fue creíble el presidente chileno Gabriel Boric al ser categórico frente a lo que significa la demora en proporcionar los datos reclamados. Del mismo modo se expresaron los mandatarios de Uruguay, Lacalle Pou, y Paraguay, Santiago Peña.
Por su parte, Lula da Silva, Gustavo Petro y López Obrador hicieron bien en reclamar las actas como condición ineludible para reconocer el resultado, pero el lado opaco de ese pronunciamiento es que concedió a una pandilla de forajidos todo el tiempo que necesiten para confeccionar esas actas de modo que den la cifra anunciada cuando proclamaron el triunfo oficialista.
Simularon el terraplanismo de creer en la victoria de Maduro los regímenes que, como los que imperan en Rusia, Irán, China y Corea del Norte, además repulsar las democracias liberales, necesitan a Venezuela como punto de posicionamiento geopolítico en Latinoamérica.
También las dirigencias a las que Chávez, en su momento, y después el régimen residual que dejó al morir el exuberante líder caribeño, hizo “favores” que van desde financiamiento de campañas y estructuras políticas hasta la posibilidad de hacer negocios y negociados millonarios a la sombra del Estado venezolano. Igualmente endeudados con el chavismo están aquellos gobernantes que recibieron de manera gratuita el petróleo venezolano con que Chávez pagaba la construcción de liderazgo a escala latinoamericana.
En eso era realmente bolivariano el líder que puso a PDVSA en camino a la bancarrota, donde finalmente la hizo llegar Maduro.
Para los que aún tenían alguna expectativa en el presidente boliviano Luis Arce, habrá sido desolador verlo felicitar al presidente chavista por su “triunfo”, igual que Evo Morales y la presidenta hondureña Xiomara Castro.
Para los socialdemócratas del mundo resultará triste ver las acrobacias retóricas de los líderes del PSOE, palabreando para no decir nada bajo la sombra turbia de Rodríguez Zapatero.
Lamentable todos los dirigentes que, en Latinoamérica y Europa, simularon creer que el resultado que publicó el poder imperante refleja verdaderamente lo que votaron los venezolanos.
¿Por qué no cometería fraude un déspota que ya había aplicado proscripciones a mansalva y logró impedir que casi cinco millones de venezolanos de la diáspora pudieran inscribirse para votar en las embajadas?