Aunque pase desapercibido en un mundo tan convulsionado, la renuncia del vicepresidente de Irán es un hecho relevante y revelador.
Sólo dos semanas después de haber asumido el cargo, junto al presidente Masoud Pezeshkian, a quien acompañó en la fórmula electoral de un espacio reformista, Moammad Javad Zarif dimitió alegando que la conformación del nuevo gobierno refleja la gravitación de los conservadores religiosos.
Para Zarif, el gabinete de Pezeshkian tiene suficientes miembros conservadores como para afirmar que será una continuidad del gobierno ultraconservador que encabezaba Ebrahim Raisi, fallecido en un accidente de helicóptero.
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Javad Zarif condujo la diplomacia durante el gobierno del reformista Hassan Rouhani (2013- 2021). Y por sus conocimientos en la materia, además de su posición aperturista hacia Occidente, fue el principal negociador iraní con europeos y norteamericanos sobre la política nuclear de la República Islámica. Una negociación que concluyó exitosamente para ambas partes en el 2105, cuando se firmó el Plan Integral de Acción Conjunta, posteriormente destruido por Donald Trump ni bien asumió la presidencia de Estados Unidos.
El valor de Zarif se expresa en su renuncia al cargo, explicando que por la gravitación del liderazgo religioso no podrá cumplir con sus promesas de campaña, todas referidas a abrir el gobierno a la participación de las mujeres y de las minorías políticas y religiosas, además de impulsar reformas económicas, poner fin a la represión contra disidencias y contra la mujer, y mejorar las relaciones con Occidente.
El nuevo presidente Masoud Pezeshkian es, obviamente, un reformista como su compañero de fórmula. La mayoría de votantes que le hizo ganar la elección desea reformas a contramano de la teocracia chiita que impera sobre la sociedad. El régimen cuya Policía Moral asesinó a la joven Mahsa Amini por llevar mal puesto el obligatorio velo islámico, recibió al nuevo presidente baleando a una joven por contravenir las leyes morales vigentes, dejándola paralítica.
La renuncia del vicepresidente para Asuntos Estratégicos de Irán puede dar más fuerza al mayoritario deseo de libertad y democracia, que la continuidad en el poder del presidente Pezeshkian, maniatado por los ministros que le impuso la cúpula religiosa a su gabinete de 19 miembros.
La digna dimisión de Javad Zarif casi no tienes antecedentes en la historia de la República Islámica, donde la sumisión es la regla.
Un caso que también quedó relegado a los olvidos de la historia fue la digna renuncia del primer ministro Mehdi Barzagán, quien había asumido la jefatura del primer gobierno de la revolución islámica tras la caída del sha Reza Pahlevi.
Barzagán había integrado el gobierno de otro digno líder iraní: el primer ministro Mohammed Mossadeq, derrocado en 1953 por un golpe de la CIA y el MI-6 por haber nacionalizado el petróleo perjudicando los abusivos intereses británicos en ese rubro.
Debido a la complicidad del ayatola Khomeini y el liderazgo religioso de la naciente teocracia chiita con las turbas de fanáticos que ocuparon en 1979 la embajada norteamericana en Teherán, Barzagán renunció a su cargo, a menos de un año de haberlo asumido.
Ahora, un vicepresidente dimite antes de cumplir dos semanas en el cargo, denunciando de ese modo la falsedad de la “democracia” religiosa persa.