No es la primera vez que un empresario entra en una suerte de guerra personal contra gobiernos de otros países. En la primera mitad del siglo 20, los empresario Minor Cooper Kheit y Andrew Preston fundaron la empresa bananera United Fruit, que creció hasta convertirse en estado dentro de otros estados, derribando gobiernos, ordenando masacres y causando guerras entre países de Centroamérica y El Caribe.
El sangriento levantamiento militar con apoyo de la CIA que derribó en 1954 al presidente democrático Jacobo Arbenz, inició en Guatemala el proceso de inestabilidad que plagó América Central y El Caribe de dictaduras y de guerrillas que, al llegar al poder, se convertían en nuevas dictaduras, como ocurrió en Cuba.
Detrás del levantamiento que convirtió en dictador guatemalteco al coronel Castillo Armas, estuvo la United Fruit, que para involucrar a Estados Unidos en aquel estropicio criminal había desplegado una campaña de desinformación en la prensa norteamericana, mostrando como comunistas a Jacobo Árbenz y a su antecesor, Juan José Arévalo, sólo porque esos gobernantes intentaron hacer que el gigante bananero cumpliera con las leyes de Guatemala.
Es probable que, salvando las distancias, un equivalente actual de lo que representaron aquellos empresarios que convirtieron muchos países caribeños en “republiquetas bananeras”, sea Elon Musk.
Igual que Cooper Kheit y Andrew Preston, el mega-millonario empresario sudafricano maneja su medio, la globalmente influyente red social X, para impulsar liderazgos políticamente afines y para atacar a gobiernos con los que tiene conflictos de intereses.
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El Tribunal Supremo de Justicia de Brasil lo acusa de infectar su red social con escuadrones de trolls que difaman, producen fake news a escalas industriales y difunden mensajes de odio.
Elon Musk se defiende atacando al juez supremo Alexandre de Moraes y también al gobierno que preside Lula, acusándolos de comunistas que imponen en Brasil una dictadura.
Más allá de los cuestionamientos que se le puedan hacer al magistrado y al presidente, lo que ambos sostienen es avalado por una organización independiente y respetadísima en su defensa de la libertad de información como Reporteros Sin Fronteras.
Que X también esté prohibida por regímenes autoritarios como el ruso y el chino, no quiere decir que el dueño de Tesla tenga razón en todo y que el manejo que hace de su red social esté apuntado exclusivamente a la libertad de expresión.
Musk no es un librepensador, sino un miembro clave del ultra-conservadurismo que crece desde la segunda década del siglo en marcha, supurando liderazgos anti-sistema que tienen en común, además de su extremismo, ser mesiánicos, atacar con agresividad a opositores y a críticos, debilitar las instituciones de la democracia liberal y considerar que todo lo que no cuadra con su posición respecto a la economía, es socialismo o comunismo.
Musk está en la vereda política de Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei. Por eso mientras se refiere a Brasil como si fuera una más de las tantas autocracias centroasiáticas y demás regímenes autoritarios que suspendieron la red X en sus territorios, nada dice sobre las restricciones que, por decreto, acaba de aplicar el presidente argentino al acceso a la información pública de su gobierno. Además de limitar la divulgación de hechos ocurridos en la Quinta de Olivos que considera privados, Milei también bloquea la divulgación de “deliberaciones preparatorias, papeles de trabajo o exámenes preliminares” sobre actos o temas del gobierno.
Al expresarse sobre el tema Musk y su red X, Kamala Harris también fue cuestionadora y advirtió que de llegar a la presidencia también buscará limitar los escuadrones que ejecutan linchamientos en la red y la difusión de fake news.
Por cierto, la respuesta de Trump y Musk fue calificar de comunista y enemiga de la libertad de expresión a la candidata presidencial demócrata. Se puede estar o no de acuerdo con Harris, pero esa descalificación es absurda.
Las redes son el nuevo escenario de la guerra por el poder económico y político. El uso de los datos extraídos a los usuarios para alimentar algoritmos cada vez más adictivos muestra el poder de las plataformas. Y ese poder se usa para jaquear estados y gobiernos, y para potenciar liderazgos ultraconservadores que ensanchen la vereda que comparten Trump, Bolsonaro, Milei y muchos otros liderazgos disruptivos y de carácter extremista.