Trump ganó el primer duelo. El que tuvo que dar marcha atrás, quedando mal parado, es el presidente colombiano.
A Gustavo Petro le quedó un ojo en compota por envalentonarse sin haber hecho los cálculos sobre cuál de los países perdía más con la escalada de sanciones comerciales que habían iniciado.
Horas después de comenzar la escalada, en Bogotá altos funcionarios de la economía y de las relaciones internacionales le mostraron al presidente que Colombia perdía mucho más que Estados Unidos por la subida de aranceles y la suspensión de visas. Y a Petro no le quedó más alternativa que retroceder incómodamente y con la imagen política abollada.
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Lo importante es dilucidar de qué lado había una porción mayor en la disputa originada en el envío de centenar y medio de colombianos deportados en vuelos que fueron bloqueados por el presidente de Colombia. En ese punto, lo que hizo Donald Trump fue ostentar con prepotencia su poder, dejando de lado los modales diplomáticos.
Petro tenía buena parte de razón al exigir que los colombianos deportados no sean devueltos al país en aviones militares. El jefe de la Casa Blanca actuaba como un maltratador que disfruta humillando incluso al mayor aliado de los Estados Unidos en Latinoamérica. Colombia es un aliado extra OTAN de Washington, relación que benefició a Bogotá en la obtención de recursos para combatir en su momento a los poderosos cárteles de la droga que comandaban respectivamente Pablo Escobar y los hermanos Rodríguez Orejuela, y a renglón seguido para lanzar y sostener la mayor ofensiva militar contra las guerrillas de Manuel “Tirofijo” Marulanda, logrando que las FARC dejen las armas.
No fue un error de Petro exigirle a Washington que envíe a los deportados en vuelos civiles, y no en los aviones militares que volaban hacia Colombia. El error del presidente colombiano fue haber escrito un largo mensaje en la red X, procurando convertir el choque por las deportaciones en un escenario donde posar de líder insumiso que no se deja atropellar por el matón de la Casa Blanca.
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Fue ese mensaje absurdo en el que habló con tono canchero de Noam Chomsky, del golpe contra Allende, de tomarse un whisky juntos para hablar de igual a igual, además de asegurar que “yo muero en mi ley, resistí la tortura y lo resisto a usted”, lo que se convirtió en la carta de derrota de Gustavo Petro. Si se hubiese limitado a exigir algo tan lógico como vuelos civiles en lugar de aviones militares, no le habría quedado un hematoma en la cara de su imagen política.
No es bueno para América Latina ni para Estados Unidos que triunfe el matonismo de Trump. El magnate neoyorquino maltrató al mayor aliado latinoamericano de Washington, sólo para posar de líder todopoderoso al que no le tiembla el pulso para poner de rodillas a quien se le plante. Actuó con Colombia y su presidente como no actuaría con Rusia y el jefe del Kremlin.
Haber humillado a Petro no sentencia el éxito final de su matonismo cesarista en las Américas. En Canadá hay consenso de responder a las sanciones arancelarias de Trump con sanciones económicas canadienses contra Estados Unidos.
De todos modos, es una lección para la izquierda democrática latinoamericana. Gustavo Petro no perdió la pulseada por haber permitido, finalmente, que los aviones militares norteamericanos aterricen en Bogotá con 160 deportados. La perdió por haber publicado un mensaje que claramente lo mostraba priorizando sus veleidades ideológicas y su imagen personal por sobre su misión como mandatario en una democracia. El resultado muestra que tuvo que tragarse sus palabras volcadas caudalosamente en la red X. Un resultado negativo porque premia la grosera prepotencia con que actúa Donald Trump.