En rigor, no hacía falta que ocurriera todo lo que ocurrió en un puñado de días para que quedara claro de qué lado está Donald Trump en el conflicto que mantiene Rusia contra Ucrania y Europa. Pero si algún desprevenido aún tenía respecto a que el presidente de los Estados Unidos está junto a Vladimir Putin en la vereda enfrentada a la que ocupan Ucrania y Europa, el impúdico strip-tease que hizo Trump dejó todo suficientemente en claro. Lo del jefe de la Casa Blanca es alineamiento explícito con el líder europeo (en este caso euroasiático) que más admira: Vladimir Vladimirovich Putin.
Anunciar una negociación con Rusia que dejara de lado a Ucrania y a la Unión Europea (UE), fue la primera señal inequívoca. Dejar en claro en ese anuncio que Ucrania debe resignar territorios para conseguir el final de esta guerra, y también debe resignarse a que jamás integrará la OTAN, implicó declarar ganador a Putin antes de empezar las negociaciones. Al fin de cuentas, con eso ya quedaba claro que al concluir el proceso negociador del presidente norteamericano, el mapa de Rusia se habrá incrementado y el mapa de Ucrania se habrá reducido.
Pero si todavía quedaba alguna duda, en un par de declaraciones las borró, al descalificar a Volodimir Zelenski como un “dictador” sin respaldo de la sociedad que preside, y acusarlo de haber provocado esta guerra catastrófica.
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Al que hizo asesinar a sus contendientes con posibilidad de derrotarlo en las urnas, como Alexei Navalni, compitiendo en comicios amañados sólo contra desconocidos que se peleaban entre ellos sin criticarlo, Trump le reconoce legitimidad en el poder, mientras trata de dictador y resta legitimidad a quien venció en elecciones verdaderamente pluralistas y jamás persiguió a la oposición ni a los críticos de su gobierno. Sencillamente, absurdo.
Citar encuestas que dan a Volodimir Zelenski sólo el cuatro por ciento de apoyo, contradiciendo a la mayoría de las encuestas, algunas de las cuales lo colocan incluso sobre el cincuenta por ciento de las preferencias, es ilegitimarlo para justificar que quien debiera negociar la paz con el jefe del Kremlin quede impedido de sentarse en esa mesa a negociar.
Si se cumple su plan será Trump quien decida con Putin qué tierras recuperará Ucrania a cambio de las que ocupó en la región rusa de Kursk, y qué porción del Este ucraniano se sumará a Crimea en la expansión del territorio de Rusia. En síntesis, Trump decidirá la dimensión de la victoria que ya le está otorgando al autócrata ultranacionalista y conservador que impera en Rusia.
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A punto tal habló desde la vereda de Putin que, derrapando de lleno en la dimensión del absurdo, afirmó que Zelenski inició está guerra, usando el mismo argumento falaz que usa el jefe del Kremlin: “Ucrania agredió a Rusia al pretender ingresar a la OTAN para instalar misiles nucleares de la alianza atlántica con el objetivo de atacar y destruir al estado ruso”.
La falacia es que no existe ningún plan occidental de atacar a Rusia y el ingreso a la OTAN no implica obtener misiles nucleares. No tienen esas armas las tres repúblicas bálticas que integraron la URSS. Ese tema es negociable. De hecho, cuando la OTAN instaló misiles nucleares en las costas de Turquía sobre el Mar Negro, Nikita Jrushev pulseó con John F. Kennedy hasta hacer sacar esos proyectiles que apuntaban a la por entonces Ucrania soviética.
Que Ucrania ingrese a la OTAN, algo que Trump ya anunció que impedirá, no significa que vaya a instalar misiles nucleares que estarían a ocho minutos de Moscú. Al presidente de Estados Unidos sólo le faltó desplegar el otro argumento de Putin para invadir Ucrania: la gobiernan nazis liderados por un nuevo Hitler dispuesto a lanzar otra “Operación Barbarroja”, como llamó el “fuhrer” a la invasión alemana de la URSS en 1941.
No es seguro que Trump pueda lograr su objetivo de favorecer a Putin acrecentando el territorio ruso a costa de Ucrania. Eso que él llama “el Estado Profundo” intentará impedirlo desde su posición dominante en el Pentágono. No se puede dar por hecho que la política norteamericana le permita al magnate neoyorquino romper las alianzas históricas de Estados Unidos, convirtiéndose en aliado de un enemigo histórico.
Por cierto fue un error geoestratégico grave no haberse acercado más a la URSS de Mijail Gorbachov y a la Rusia de Boris Yeltsin. Pero lo que debió hacerse y no se hizo con aquellos líderes, no puede hacerse ahora con un autócrata que asesina a opositores y críticos, mientras ataca a países vecinos como Georgia y genera una guerra criminal al invadir Ucrania.