Hay un espacio vacío al lado del hombro del papá de Catalina. Lo ocupa el desasosiego. Esa ausencia de calma que lo acompañará el resto de su vida. Néstor Soto es de la generación de niños que crecieron con la figura del femicidio mientras la sociedad la aprendía. Nunca la entendió y hasta hoy creo que no la entiende. Va tener una vida para entenderla. Catalina, no.
En su alegato explicaba que él tenía amigas mujeres, que algunas fueron con él a Bariloche. Como si no entendiese que basta matar a una sola para ser lo que es, un femicida.
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Más de una década después de la instauración de la figura del femicidio en el Código Penal, su abogada hizo referencia al carácter de Catalina. Algo que yo no escuchaba desde el proceso al femicida de Paola Acosta. Cuando el título era una novedad en las carátulas.
Ese vacío en la foto familiar es un desasosiego que nos abraza a todos. Para ellos un dolor perpetuo. Para todos, un llamado a entender urgentemente aquello que Soto dice haber olvidado o confundido aquella noche. Él cree que mató una amistad y mató a una mujer.