Uno tiene una larga barba que abarca la mitad de su rostro. El otro luce una prolija barba candado. Los dos son cristianos, pero el primero es el patriarca de la iglesia ortodoxa de Jerusalén, que incluya toda Palestina, Siria y todo lo que se extiende entre las aguas dulces del Jordán y las aguas saladas del Golfo Pérsico, mientras que el segundo es el Patriarca Latino de Jerusalén, por lo tanto el líder católico en Tierra Santa.
Ambos unieron sus voces para denunciar la tragedia del pueblo palestino de la Franja de Gaza, arrasada por la operación militar lanzada por el gobierno israelí como respuesta al pogromo sanguinario con que Hamás desató este infierno.
El tono de la denuncia de las dos máximas autoridades del cristianismo en Palestina resalta el nivel de criminalidad que tiene la guerra entre Israel y Hamas, con la responsabilidad del gobierno israelí y de la organización terrorista que impera en Gaza.
Ya no hay lugar para otras consideraciones. La guerra de Benjamín Netanyahu y los jihadistas ha victimizado a una población civil entera, donde dos millones de personas han perdido sus hogares y están famélicas. Establecer una diferencia entre “un Estado que se defiende” y la organización terrorista que perpetró el pogromo sanguinario del 7 de octubre del 2023, hace tiempo que no alcanza como justificación de las masacres de civiles y de la hambruna a la que está empujando a los gazatíes el ejército israelí.
La primera vez que los soldados de las FDI dispararon a mansalva contra la multitud desesperada que se amontonaba en el centro de distribución de comida, el gobierno de Netanyahu dijo que se trató de un hecho accidental. Pero esas masacres se repitieron demasiadas veces y sumaron demasiadas muertes para no sospechar que se trata de la forma de disuadir a los gazatíes de que mueran de hambre para no morir en las aglomeraciones para obtener una ración módica de comida.
Netanyahu hizo de todo para impedir que Naciones Unidas y las ONG humanitarias que están en Gaza distribuyan esos alimentos. Logró concentrar en un solo ente distribuidor, que responde al gobierno israelí. Y cada vez que multitudes desesperadas de hambre se aglutinan para recibir esas raciones mínimas, decenas terminan muertos por las ráfagas disparadas por soldados de las FDI.
La opción ya es morir de hambre o morir baleado. Netanyahu está llevando al ejército a imponer una hambruna que diezmará la población de Gaza. Sumado a las decenas de miles de muertes causadas por los devastadores bombardeos, se está cometiendo un crimen de siniestras dimensiones.
El cardenal Pierbattista Pizzaballa y el patriarca Teófilo III ingresaron a la Franja de Gaza para visitar La Sagrada Familia, el templo católico atacado por Israel con un saldo de tres muertos y una decena de heridos. Pizzaballa calificó de “moralmente inaceptable” la guerra de tierra arrasada que se lleva a cabo en ese territorio palestino. Ambos líderes religiosos dijeron también que en el mundo no hay lugar para la indiferencia frente al padecimiento de los palestinos gazatíes.
“A la comunidad internacional le decimos, el silencio ante el sufrimiento es una traición a la conciencia”, expresaron desde la iglesia atacada. El cardenal Pizzaballa resaltó el enérgico llamado del Papa León XIV y dijo que “es un deber moral de la iglesia denunciar con claridad y franqueza la política del gobierno israelí en Gaza”.
La pregunta es si recurrirá Netanyahu, una vez más, a su instrumento preferido para conjurar las críticas a sus acciones: acusar de antisemitismo al cuestionador, calificando ahora de antisemita a las iglesias cristianas.
De ese modo, el líder intenta acallar las voces que hablan de su crimen, cometiendo otro gravísimo crimen: la banalización del antisemitismo.