Sería la crónica de una sentencia anunciada. A nadie le sorprende que Jair Bolsonaro haya sido declarado culpable de intento de golpe de Estado, en el juicio realizado por los miembros del Supremo Tribunal Federal. Lo raro habría sido que la mayoría de los jueces supremos lo hubiera encontrado inocente, dado que algunas de las pruebas y también el suceso político que agravó la situación procesal del ex presidente ocurrieron ante la mirada del mundo entero.
La televisión mostró en todos los rincones del planeta las imágenes en vivo de las violentas turbas bolsonaristas que asaltaron los edificios de los tres poderes el 8 de enero del 2023. Todos los brasileños y quienes más allá de Brasil siguieron aquella asonada golpista, vivió la paradoja de escuchar un silencio atronador: el de Bolsonaro ante sucesos que debió cuestionar en el momento en que se desarrollaban.
El ex presidente se encontraba en Estados Unidos y, desde allá, debió exigir a esas turbas golpistas que cesaran de inmediato el asalto a los edificios de los poderes del estado de Derecho. Pero guardó silencio. Un silencio ensordecedor que exhibe su apoyo a la conspiración que incluía tres magnicidios: los del presidente Lula da Silva, el vicepresidente Geraldo Alkmin y el juez supremo Alexandre de Moraes.
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A esa prueba irrefutable de, al menos, su apoyo total al golpe en marcha, deben agregarse los antecedentes de golpismo de Bolsonaro, también visibles para todo el mundo. Siendo presidente, en reiteradas ocasiones, y de manera pública, reclamó a los militares que salieran de sus cuarteles y cerraran el Congreso y el Supremo Tribunal Federal.
Ese antecedente también demostraba la culpabilidad del acusado. Pero además están las contundentes pruebas y los lapidarios testimonios de personas muy cercanas a Bolsonaro. Y como si todo eso fuera poco, se sumó con monumental negligencia Donald Trump practicando una injerencia contraproducente para su objetivo, que era poner fin al juicio y devolverle inmediatamente la libertad al ex presidente.
Trump castigó a la economía brasileña con aranceles destructivos para la competitividad de los productos brasileños, intentando presionar al gobierno para que haga anular el proceso judicial y liberar a Bolsonaro. A renglón seguido, aplicó sanciones personales a Alexandre de Moraes, el principal acusador del líder ultraderechista.
Esa fue la peor ayuda que pudo darle Trump a Bolsonaro. Cualquiera que conozca mínimamente la cultura política brasileña, su nacionalismo y el celo con que cuida la soberanía, sabe que difícilmente mediante una injerencia tan burda y descarada en los asuntos internos de Brasil se podía lograr que la mayoría del Supremo Tribunal tome una decisión que se parecería a ponerse de rodillas frente al matonismo injerencista de Trump.
De todos modos, aunque el jefe de la Casa Blanca no hubiera actuado de manera tan inaceptable y negligente, el cúmulo de antecedentes, evidencias, pruebas y testimonios anunciaban de antemano la sentencia.