No es por haber sido secretario general del Partido Socialista y primer ministro de Portugal por esa agrupación progresista, que Antonio Costa está denunciando la injerencia de Donald Trump en la política interna de la Unión Europea (UE). Es como presidente del Consejo Europeo que ha hilvanado los pronunciamientos del jefe de la Casa Blanca en la red X con el apoyo explícito que su vicepresidente J.D. Vance hizo al Partido neonazi Alternativa por Alemania (AfD) en su visita a Münich, poco antes de la elección en la que se impuso el centroderechista Frederich Merz.
La estrategia del gobierno norteamericano es apoyar a los partidos de extrema derecha para que lleguen al poder en sus respectivos países e impongan sus agendas ultranacionalistas y anti Bruselas. No es algo que haya comenzado con este mandato. Durante su primera presidencia, ayudó a su amigo ultranacionalista inglés Nigel Farage a promover el Brexit. Luego jugó decididamente para que el ala euroescéptica del Partido Conservador y el partido de Farage ganaran el referéndum (sobre permanecer en la UE o separarse) que había planteado el premier tory David Cameron, confiado en que se impondría el “remain”.
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A renglón seguido, presionó al gobierno de Teresa May para que acelerara el brexit y, al no lograrlo, movió toda su influencia para que terminara convertido en primer ministro Boris Johnson, quién rompió con Bruselas como dando un hachazo.
Por cierto, con ese divorcio se debilitaron tanto Europa continental como el reino británico. Exactamente lo que quería Rusia, cuyo líder también quiere que en Alemania gobiernen los neonazis, en Francia Marine Le Pen o su mejor discípulo, Jordan Bardella, en España Vox y en los demás países sus respectivas agrupaciones ultranacionalistas, que son todas contrarias a la UE.

Eso explica que el Consejo Europeo haya denunciado la nueva doctrina internacional de Estados Unidos, mientras el Kremlin la aplaudía. Se trata de una nueva versión de la doctrina que expuso ante el Congreso en 1823 el presidente James Monroe, en un discurso donde una frase la resumía a la perfección: “América para los americanos”. Pero en aquel momento, a quienes se quería sacar de todos los rincones de las Américas era a los imperios europeos que tenían vastos dominios coloniales como Gran Bretaña, España y Portugal, aunque el mensaje estaba también referido a Francia y Holanda.
En este momento, cada jugada que hace Trump en el tablero político latinoamericano está destinada a comer la ficha china que se encuentra en cada casillero.

La doctrina sobre el continente americano que acaba de hacer pública Donald Trump debió generar estupor en toda Latinoamérica, porque dejó explícita la razón por la que el magnate neoyorquino está practicando una injerencia abierta en los procesos electorales de toda la región. Los dos últimos ejemplos son Argentina, donde días antes de la elección legislativa otorgó un salvataje económico megamillonario que evitó un colapso financiero que estaba a punto de producirse y luego advirtiendo a los argentinos que si perdía el oficialismo se olvidaran del salvataje económico. Y a renglón seguido puso todas sus fichas en el candidato ultraconservador en la elección presidencial de Honduras, amenazando a los hondureños con cortar la ayuda económica y poner fin al envío de remesas, que es el principal ingreso desde el exterior en ese país centroamericano.
En Europa, aún intentando no enojar a Trump para que no perjudique aún más a Ucrania en la guerra con Rusia, las voces que se escuchan son más numerosas y contundentes en rechazo a la funcionalidad que tiene Washington con el plan de Moscú para que desaparezca la UE.



