“Bueno gente, vamos a hacer una película erótica, con muchas escenas de sexo bien reales y violencia machista, que genere polémica y rompa con todos los avances del feminismo de los últimos 30 años, que no quede un estereotipo por poner. No se olviden de elegir dos actores lindos y lancen el rumor de que se enamoraron en el rodaje”.
Algo así me imagino que fue la primera reunión de ideas con los guionistas de Netflix antes de poner en marcha el proyecto “365 days”, porque de otra manera no se explica cómo el gigante mundial de series y películas hizo semejante desastre e invirtió tanto dinero en hacerla. Fueron por todo.
Vamos por el principio. Un mafioso italiano, interpretado por Michele Morrone, que hereda temprano el imperio de su padre y, rodeado de poder y dinero cree que puede tener todo lo que se proponga, con un harén de prostitutas a su servicio, bellas y sumisas (ninguna pronuncia siquiera una palabra), dispuestas tanto a servirle el café como a satisfacer sus “necesidades” sexuales. Ella, una empleada polaca cansada de su vida (Anna-Maria Sieklucka), con una pareja rota y en busca de nuevas emociones. Por algún extraño sueño relacionado a la muerte de su antecesor, él se obsesiona con ella y la secuestra, con la intención de lograr que se enamore en 365 días. Ese es el hilo conductor, aunque a veces cueste encontrarlo.
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Massimo justifica el secuestro mostrándole fotos de su pareja con otra mujer “tu novio no te merece”. Pareciera que el hecho de no tener “dueño” habilite a que otro hombre la pueda poseer. Si estás disponible podés ser mía, sin importar tu opinión. Primer mensaje peligroso. Acto seguido, ella se quiere escapar y el la retiene a la fuerza: “No haré nada sin tu permiso”, un mensaje contradictorio teniendo en cuenta que mientras lo dice la tiene agarrada de un pecho y le recorre el cuerpo con la mano (¿a qué se refiere?, ¿acaso eso que está haciendo no es ya en si un abuso sin consentimiento?).
El personaje del novio abandonado es un estereotipo calcado de un macho burdo, que bebe cerveza con los pies sobre la mesa y no despega la mirada del televisor ni siquiera cuando ella intenta darle un beso. Cualquier esposa cansada de la rutina del matrimonio podría sentirse identificada con esta escena. Encima, no conoce sus gustos y la avergüenza frente a todos, una “mujer mal atendida”, dirían en mi barrio, la excusa perfecta para que el espectador compre la idea de que ella merece ser robada por otro hombre.
"No me provoques, no seré cariñoso, no estoy acostumbrado a tolerar la desobediencia", le dice él, mientras la tiene agarrada del cuello. Manifestación de poder, violento por donde se lo mire, disfrazado de juego erótico.
Como si no hubiera sufrido ninguna amenaza, al día siguiente ella está haciendo compras sonriente y vistiéndose para él, coqueteando en un vestidor cual escena de comedia romántica. ¿Y el argumento? ¿Ella no estaba siendo sometida por la fuerza? Descoloca.
“A veces pelear es inútil, debes aceptar la situación, cuanto más rápido, mejor para ti”. En un mundo en el que mueren cientas de mujeres por día por no aceptar situaciones de violencia similares, pedirles que no peleen por sus realidades es una marcha atrás. Y hasta acá, lejos de querer spoilearle al lector la peli del momento, solo describí por encima la primera media hora. Restan 85 minutos en los que ella es atada, humillada frente a otros hombres, tratada de prostituta por un vestido corto y sufre un intento de violación.
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Que la película sea mala no le quita la curiosidad al público por las escenas de sexo, que aparecen cada veinte minutos y elevan la temperatura con detalle. Algo más parecido a un "porno soft" que a una película con trama respetable. Aunque cueste terminar de verla y tenga algunos errores de continuidad, está bien resuelto el erotismo y la tensión sexual.
El mayor acierto sin dudas fue la fecha de estreno en la plataforma, en plena cuarentena. Sin dudas el sexo está siendo tendencia y "50 sombras de Grey" marcó un antecedente en este género. Pero algo que pretende ser un divertido juego de seducción esconde estructuras arcaicas de sometimiento y abuso de poder.
El problema de la película no es que se muestre un secuestro, abusos sexuales, torturas, que la mujer sea obligada a estar en lugares donde no quiere, sometida por la fuerza, tomada como un objeto intercambiable entre varones y ni siquiera que se convierta en una esclava al servicio de las necesidades de su amo.
El problema es que todo eso se romantice y se muestre como algo deseable. En la plataforma más usada de TV a nivel mundial, y que se convierta en un éxito.