Siempre estuvo claro que se trata del gobierno más extremista de la historia de Israel, pero pocos esperaban que tan velozmente la coalición gubernamental, armada por Benjamín Netanyahu para recuperar el cargo de primer ministro, mostrara ese extremismo impulsando medidas que ponen en peligro la democracia y la paz política y social en el Estado judío.
El gobierno conformado por el Likud y partidos ultra-religiosos intenta una reforma judicial que le dará al poder político la facultad de elegir a los jueces, por lo tanto se diluirá la independencia del Poder Judicial.
La meta de Netanyahu es poder presionar a los tribunales que llevan adelante procesos de corrupción en su contra. Pero la meta de sus socios de coalición es otra. Sucede que, para tener mayoría propia en las 120 bancas de la Knesset, Netanyahu se alió con los partidos fundamentalistas Sionismo Religioso-Poder Judío, Shas y Judaísmo Unido de la Toráh.
Tan ultra-religioso es el gobierno que se formó, que un halcón muy radical como Netanyahu aparece como su figura más moderada y democrática. El primer ministro seguramente pretende nombrar jueces de manera arbitraria para zafar de los procesos por corrupción que lo arrinconan contra el banquillo de los acusados, pero sus socios de gobierno lo que pretenden es que el fundamentalismo judío más radical vaya reemplazando las leyes seculares por leyes inspiradas en el Talmud y otros textos sagrados, o sea, avanzar hacia una suerte de “sharía” hebrea.
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Como Israel nació como un Estado secular y democrático, las voces de estupor no tardaron en hacerse escuchar. Hasta voces militares se elevaron advirtiendo sobre los peligros que implica para la república, la democracia y la laicidad el extremismo religioso y expansionista del nuevo gobierno.
A pesar de que la presidencia de la república es un cargo más bien protocolar, el presidente Isaac Herzog, alarmado, pidió suspender la tramitación en la Knesset de la reforma judicial y reclamó tratar el tema en un amplio debate nacional.
Paralelamente, las manifestaciones de protesta en Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades empezaban a ser cada vez más multitudinarias. El reclamo de las calles es “salvar la democracia” de Israel. Lo mismo reclama el ex primer ministro centrista Yair Lapid, quien llamó a los israelíes a no permanecer callados “mientras destruyen todo lo que es valioso y sagrado para nosotros”, añadiendo la necesidad de “luchar en las calles hasta ganar”.
En términos similares se expresaba el general y dirigente centroderechista Benny Gantz, que lidera una fuerza de centroderecha. Por cierto, el mismo peligro contra la democracia ven en el actual gobierno los centroizquierdistas Partido Laborista y Meretz.
Siempre hubo debates agitados y manifestaciones de protestas en Israel. Lo que no siempre se vio es un abanico político tan amplio diciendo que el nuevo gobierno de Netanyahu pone en peligro la única democracia de Oriente Medio.
Los partidos religiosos llegaron por primera vez al poder junto con el Likud, en 1977. Pero por entonces, liderado por quien se convirtió en primer ministro, Menájen Beguin, el Likud era un partido de centroderecha. Y aquel primer gobierno que compartió la centroderecha con partidos religiosos, fue el que logró nada menos que los Tratados de Paz con Anwar el Sadat, por el cual se restituyó a Egipto la península del Sinaí, conquistada por los israelíes en la Guerra de los Seis Días.
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El fundamentalismo hebreo fue creando nuevas fuerzas políticas, cada vez más radicales. Lo que parecía imposible (que un israelí dispare contra otro israelí) ocurrió cuando el fundamentalista hebreo Yigal Amir asesinó al primer ministro Yitzhak Rabin. Esa fue la señal de que Israel no está exento del peligro de la guerra civil.
Ahora, que para recuperar el cargo que había perdido tras las gestiones con que batió el récord que tenía David Ben Gurión, el halcón del Likud Benjamin Netanyahu ha creado un gobierno extremista. Y la democracia secular israelí que había logrado tanto en un marco de tanta adversidad, siente que su existencia se acerca a un abismo que supura dictadura teocrática.