De todo lo que dijo ayer Alberto Fernández, hay sólo una cosa que nadie le discute: hace 10 años que la inflación en el país no baja de dos dígitos. Podríamos irnos hasta 2007, cuando para ocultar la escalada el gobierno de Cristina Fernández optó por intervenir el Indec y mentir sobre los precios.
Efectivamente, en la última década sólo un mes (agosto del 2016) la inflación fue menor al 1%. Siempre estuvo arriba. En los últimos dos años no baja del 2,5% mensual y en el último año promedia el 3,8%. Anualizado, el 4,7% de febrero implica una inflación del 73%.
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¿Y entonces? Nada, absolutamente nada de lo que describió livianamente Alberto servirá para combatir la escalada. El dato de febrero es viejo-viejo y encierra un problema mayúsculo: no refleja la guerra, no acusa el impacto de la suba de combustibles ni de las tarifas que el Gobierno se comprometió a ajustar para no seguir poniendo tantos dólares en esa cuenta de subsidios. Fueron 9.500 millones en el 2021.
Apeló a frases románticas (“el problema es de todos y se resuelve entre todos y todas”, dijo), al remanido cuco del especulador (“la batalla es contra los especuladores, contra los codiciosos”) y hasta lugares comunes e indiscutibles, como aquello de que “en Argentina ninguna familia sobra, ninguna familia puede quedar sola”, como si alguien estuviese pregonando.
Precios máximos, controles a la industria, acuerdo de un cupo de alimentos a precio diferencial (trigo o carne), más retenciones, cepo a las exportaciones, ley de góndolas, ley de abastecimiento, fideicomisos, subsidios cruzados: todo ha sido probado en la última década y media en la que hemos fracasado con contundencia. ¡Lo dijo el propio Alberto!
Lo lamentable es que el Presidente ayer sepultó lo que podría haber sido una oportunidad de oro para enderezar en algo el rumbo macro de su gestión. Que el cristinismo se haya reportado con apenas 13 votos en el Senado es realmente un momento bisagra para ensayar algo diferente, justo ahora que fue Juntos por el Cambio el que facilitó el acuerdo. Son esos momentos privilegiados que la dirigencia debe saber advertir. El ahora o nunca.
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La negociación con el FMI debería servir en sí misma para calmar las expectativas de devaluación y no agregarle la suba del tipo de cambio a la inflación que nos falta.
Pero no: apeló livianamente a la figura de la guerra, sin estrategia, tácticas ni herramientas. Hoy estamos peor que el miércoles, cuando no había acuerdo firmado ni se había iniciado la “batalla” contra la inflación. La bala de plata quedó en el zanjón de la política inútil.