Cómo salvar el centro. Esa es la preguntan que se hacen en la centroizquierda y la centroderecha en la mayoría de las democracias del mundo. En todos los rincones del planeta el centro está jaqueado por izquierdas y derechas que quieren construir regímenes “mayoritaristas”, en los que el líder esté por encima de la institucionalidad.
En Francia, Emmanuel Macron logró contener por segunda vez a la extrema derecha de Marine Le Pen en las elecciones presidenciales, pero en junio será jaqueado por la izquierda que Jean Luc Melenchon unificó para poder derribar la barrera centrista.
Para salvar el centro, el presidente francés tiene que atraer a la centroderecha gaullista y a la centroizquierda socialdemócrata que rechazan el pacto del PS con Melenchon. Para no perder votos por la izquierda, nombró primera ministra a Elisabeth Borne, una socialista discípula de Edith Cresson, hasta ahora la única mujer que se había desempeñado como premier.
En Argentina, al centro podrían salvarlo una parte de Juntos por el Cambio (JxC) y una parte del peronismo. ¿Cómo? Desprendiéndose de sus respectivas alas más ideologizadas y aferradas a la política de confrontación, para aliarse en una “gran coalición” con dos metas: la primera es, precisamente, salvar el centro. Y la segunda: acordar las reformas necesarias para que la economía pueda volver a atraer inversión y a crecer, superando enfermedades económicas argentinas como la inflación.
Los alemanes inauguraron la idea de Gran Coalición (Grosse Colition) en 1966, cuando los conservadores cristianodemócratas cogobernaron hasta 1969 con los socialdemócratas, con Kurt Kiesinger como canciller y Willy Brandt como vicecanciller, para que las dos principales fuerzas políticas asumieran juntas la responsabilidad por reformas que sabían necesarias.
Ese mismo esquema retomó Angela Merkel, quien gobernó todos sus mandatos en Grosse Coalition con los socialdemócratas, esta vez con el objetivo prioritario de evitar el ascenso de la izquierda marxista de Die Linke o de la ultraderecha nucleada en Alternativa por Alemania (AFD). Superadas esas asechanzas ideológicas antidemocráticas, el bipartidismo retomó sus alianzas naturales.
En rigor, la modalidad de Gran Coalición había debutado en Gran Bretaña durante la Segunda Guerra Mundial, cuando compartieron el poder tories y laboristas con Winston Churchill y Clement Attlee como primer ministro y vice primer ministro.
Si Argentina quiere evitar que liderazgos ideologizados que promueven la confrontación total y permanente, controlen totalmente el próximo gobierno, el peronismo no kirchnerista y el ala centrista de JxC deben aliarse.
La irrupción de Javier Milei podría facilitar ese proceso. Su liderazgo exacerbado y su construcción de un polo de conservadurismo duro y agresivamente “confrontacionista”, parece tentar a Cristina Kirchner a postularse a la presidencia. La vicepresidenta calcula que el techo bajo que le señalan las encuestas y que en la elección anterior la llevó a candidatear a Alberto Fernández, puede romperse si la otra opción es un ultraliberal aferrado a la teoría económica que irradia violencia y aborrecimiento con gestos y con palabras.
Milei podría también atraer a una coalición de derecha dura a Mauricio Macri, Patricia Bullrich y otros dirigentes del PRO que se sienten cómodos en la grieta. Si la dirigencia centrista y dialoguista del PRO, liderada por Horacio Rodríguez Larreta con el apoyo de Rogelio Friguerio, Emilio Monzó, María Eugenia Vidal y otros, mantiene su alianza con los radicales y acuerdan conformar un frente con el peronismo pragmático y republicano que rechaza el liderazgo de Cristina, podría emerger una Gran Coalición que se imponga sobre las posiciones radicalizadas de Cristina y Milei en sus respectivos polos.
Con la economía en una situación límite, la coalición centrista del Peronismo sin kirchnerismo y JxC sin macrismo no debe limitarse a un acuerdo electoral, sino acordar desde el pragmatismo desideologizado las reformas económicas apuntadas a reducir el déficit fiscal y la inflación de manera significativa, creando además las condiciones económicas, políticas y jurídicas para incentivar la inversión privada y retomar el crecimiento económico.
Ni el ideologismo anarco-liberal ni el ideologismo de la izquierda nacional-populista pueden gobernar sin autoritarismo y con crecimiento genuino de la economía.
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Un frente amplio de fuerzas centristas que abarque peronismo, radicalismo Coalición Cívica y el PRO de Rodríguez Larreta y Vidal podría no sólo evitar que el kirchnerismo vuelva a conquistar el poder o que el gobierno quede en manos de un ultra-liberal con rasgos autoritarios.
Si acuerdan las reformas económicas que resultan imprescindibles, y tanto peronistas republicanos como radicales, socialdemócratas y liberales moderados lo saben, tendrán la suficiente espalda política para sostenerlas en el tiempo convirtiéndolas en política de Estado.
En el centro estarían las posibilidades genuinas de revertir la caída económica si todos los sectores mencionados asumen seriamente que la dicotomía argentina ya no es peronismo-antiperonismo, ni derecha-izquierda, sino decadencia autoritaria o recuperación democrática.
Los extremos cuya llegada al poder es necesario conjurar sólo pueden ofrecer sectarismo, volantazos y confrontación. Sectarismo mesiánico que inocula odio político; volantazos hacia políticas insostenibles en el tiempo, y confrontación que conduce a la división y la violencia.
La pregunta es si estarán el peronismo, el radicalismo, la centroizquierda socialdemócrata y el liberalismo moderado a la altura de lo que exige la historia.
Les queda un año para superar mezquindades y mediocridades, o para seguir atrapados en ellas.