Hasta que… en la rotonda de La Bolsa, a donde habitualmente entro para llegar a Alta Gracia por la colectora, los cuatro autos que viajaban delante de mí doblaron como pensaba hacer yo y eso me desalentó. Seguí derecho por ruta 5. Grosero error.
Un par de kilómetros después empezamos a andar a paso de hombre. Así hasta llegar a Alta Gracia. Increíblemente en la rotonda de entrada algunos inspectores dirigían el tránsito. Le otorgaban el mismo tiempo a los que salían de la ciudad, a los que venían de la 36, del paraje Altos Fierro, que a nuestra columna. Resultado, las otras dos vías funcionaban lo más bien y la más transitada, es decir la nuestra, tenía kilómetros de autos circulando a paso de hombre.
Pero como el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra, cometo mi segundo error grosero. En vez de entrar a Alta Gracia y volver a Córdoba por Falda del Carmen y la autopista a Carlos Paz, se me ocurre seguir por la autovía. Había jurado no volver jamás por ahí. Llegando a la Universidad Católica se arma. Y se armó. Desde ahí hasta la Circunvalación casi media hora a paso de hombre. Hicieron la autovía, sí, aplauso, medalla y beso, pero se olvidaron de ensanchar el ingreso a la ciudad, como debe hacerse en estos casos. Conclusión, todo lo que se ahorra en la autovía se pierde después.
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En la Circunvalación tomo hacia el norte rumbo a casa. Sorteando una oscuridad peligrosa para el manejo en medio de alto tránsito, llego sin demasiada demora hasta Fuerza Aérea, hasta que tomo el camino hacia el Tropezón. De nuevo paso de hombre. Esta vez por las obras de Circunvalación.
Llegué a mi casa 45 minutos después de lo previsto. Blasfemando en idiomas que ni conozco. Los inspectores que dirigen el tránsito sin saber el despelote que arman, la autovía que se hace para cortar una cinta en una campaña electoral sin medir que termina en un embudo que no le soluciona el problema a nadie, la Circunvalación que se proyectó hace 50 años! Sí, la vamos a terminar 50 años después, cuando ya queda chica y hacen falta otras obras viales. Y seguro que se va a inaugurar con pitos y matracas, probablemente en medio de otra campaña electoral.
Me acordé de un día en el que investigamos el costo de la obra pública. Chicos de un curso de una escuela del interior hacía meses que tenían clases en un contenedor de obra. Se nos ocurrió que hacer un aula nueva era mucho más barato que pagar el alquiler de ese aguantadero de herramientas en el que tenían clases los alumnos. Preguntamos en cinco contratistas diferentes. Ninguna, pero ninguna, nos quiso decir cuánto costaba hacer un aula.
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Pensé en Odebrecht, en el Camino al Cuadrado, en el Hotel de Ansenuza, en el proyecto que un tal ingeniero Laura le llevó a Menem para llenar de autopistas el país a un costo de 10 mil millones de dólares. Lo sacaron cagando (perdón) porque era caro. Y gastaron la misma plata en la corrupción de la represa Yacyretá que debió haber costado una décima parte.
Y ya me olvidé del día lindo que había pasado, de la sonrisa de mi sobrina Emilia que está cada vez más bonita y de los ñoquis de la vieja, que habían venido con un billete bajo el plato.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.