El punto de encuentro era la planta del canal. Caras de poco sueño pero mucho entusiasmo salieron a eso de las 4:30 am rumbo a Río Cuarto, entre mates y pasta frola de mamá.
El cielo limpio y estrellado del viaje rectificaba que el buen tiempo también iba a pasar el día con nosotros. Nos recibieron unos -0,5 y una danza de pájaros entre los árboles de la plaza principal. La naturaleza ya se colaba por cada sentido.
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Después hizo su entrada triunfal el protagonista. Lo fuimos a buscar y encontramos un amanecer dorado a la orilla del río. “Dale que hace frío”, dijo uno, y el Sol nos cumplió el primer deseo.
Ilusos creíamos que íbamos a estar holgados de tiempo así que nos fuimos a recargar baterías a la estación de servicio, con café y una zapatilla colapsada de enchufes. Una camioneta con extranjeros de diferentes razas y un telescopio gigante en la caja nos dijo “apa, esto es grande”.
Ese movimiento de turistas nos llevó hasta Alpa Corral y su paisaje de cuentos. Pero teníamos que volver al punto de encuentro designado en Río Cuarto. Unas hamburguesas de pasadita y directo al Club Banco Córdoba. Empezó a llegar gente al baile. Familias, amigos, compañeros de cole, profesionales, aficionados, improvisados. Una multitud esperando el máximo.
Cuando nos dimos cuenta ya eran las 16:30 y dicho y hecho, la Luna empezó a morder al Sol. Creíamos que ya sabíamos todo lo que iba a pasar, pero qué equivocados estábamos. Como un efecto especial, la luz, la temperatura y los pájaros empezaron a bajar.
Gritos, aplausos, lágrimas, abrazos y besos antes del silencio. Y wow. No estábamos ni cerca de imaginarnos algo así. Con los astros alineados el cielo parecía la escena de una película, pero una vez más, la realidad superó la ficción, y por lejos.
Nos hizo sentir tan chiquitos y grandes a la vez. La segunda noche del día fue dos minutos pero eterna en nuestras vidas. Lunática. Después nos volvimos a iluminar y ni el agotamiento logró apagarnos. Al contrario, cuando llegó la tercera noche después de que el cielo se prendiera fuego en el atardecer, terminamos el día más encendidos que nunca.