Es mucho lo que se juega en las urnas españolas el domingo. La “Grieta” no es sólo un problema argentino, sino un fenómeno histórico que está complicando a la democracia en el mundo entero.
En el país ibérico, la grieta enfrenta a la España conservadora y religiosa con la España secular y progresista. A la primera la comanda el líder del Partido Popular, Alberto Núñez Feijoo, y a la segunda el líder del PSOE y actual presidente del país, Pedro Sánchez.
En la segunda línea está el espíritu ideológico recargado de las dos Españas. En la vereda conservadora, está el partido de extrema derecha VOX, liderado por Santiago Abascal, mientras que en la segunda línea de la vereda progresista está la líder filo-marxista y actual vicepresidenta, Yolanda Díaz.
Abascal y Vox representan un conservadurismo cuyas raíces más profundas tocan la ideología falangista, nacionalismo ultra-católico que acompañó la dictadura de Francisco Franco.
En las antípodas, está el origen de Yolanda Díaz como líder de Esquerda Unida, partido izquierdista que era la rama en Galicia de Izquierda Unida, la coalición que integraba el Partido Comunista (PCE) y se situaba a la izquierda del PSOE, que representaba (y lo hace aún hoy) a la centroizquierda socialdemócrata.
La diferencia con el escenario político desde las décadas anteriores, es que se ha producido una fuerte radicalización en las dos veredas. Todos los gobiernos del PSOE, desde Felipe González en adelante, necesitaban apoyos parlamentarios y los conseguían en Convergencia i Unió (CiU), el nacionalismo catalán que lideraba Jordi Pujol; en la Coalición Canaria y en el Bloque Galego.
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Todos los socios del PSOE eran fuerza nacionalistas de las regiones, pero ninguna promovía un separatismo por ruptura. Además, acordaban sus apoyos al gobierno central a cambio de apoyos específicos a sus respectivas autonomías. En cambio, tras sacar del poder a Mariano Rajoy, Pedro Sánchez creó el primer gobierno de coalición, entregando cargos a su flamante socio, la agrupación de izquierda anti-sistema Podemos, además de pactar acuerdos legislativos con fuerzas del separatismo duro, como Esquera Republicana, de Cataluña, y Bildu, cuyo ancestro lejano es Herri Batasuna, brazo político de la ETA.
Sánchez ha mostrado cierta capacidad de mantener a sus socios extremistas dentro de un esquema de gobierno socialdemócrata. Yolanda Díaz y la fuerza política que creó, Sumar, son contrapesos izquierdistas pero no parecen desbalancear el equilibrio cercano al centro.
La pregunta es si aliarse con el ultra-conservadurismo de Vox, como está obligado a hacer si se cumplen los vaticinios de las encuestas, no desbalanceará hacia la derecha extrema al gobierno del PP que encabezaría Núñez Feijóo de ganar este domingo, como vaticinan los sondeos.
Las urnas tienen la última palabra y la dirá el escrutinio. Pero la España que viene muestra preocupantes síntomas de radicalizaciones. Peligros que podrían conjurarse si las principales fuerzas de la centroderecha y la centroizquierda entienden lo que entendieron en el 2005 Angela Merkel y Gerhard Schröeder, cuando decidieron acordar el primero de sus gobiernos de Gran Coalición para cerrar el paso a la ultraizquierda y a la ultraderecha. Pero, de momento, tanto el PP como el PSOE parecen más propensos a asociarse con los extremos de sus respectivas veredas, en lugar de priorizar la necesidad de salvar el centro, amenazado en España, y buena parte del mundo, por los populismos exacerbados de la izquierda y la derecha.