La Nicaragua de Daniel Ortega se parece cada vez más a San Marcos, el pequeño país caribeño que describe Bananas, la película escrita, dirigida y protagonizada por Woody Allen en 1971.
En San Marcos, un dictador espantoso es derrocado por una guerrilla cuyo líder enloquece y comienza a tomar decisiones delirantes y absurdamente autoritarias.
En ese trance está el despótico presidente nicaragüense. Sus últimas imposiciones y propuestas muestran un desvarío autoritario desopilante.
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Mientras impulsa una reforma constitucional para su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo, se convierta en copresidenta, le quita la nacionalidad a casi un centenar de disidentes, entre los cuales hay figuras prominentes.
El rencor que genera en Ortega que lo enfrenten y denuncien su deriva autoritaria, lo lleva a tomar medidas tan crueles como absurdas, cuyo efecto termina siendo más perjudicial contra él que contra los blancos de sus injusticias.
Después de haber encarcelado y luego desterrado a 222 notables disidentes, entre los que destacan una prócer del sandinismo como Dora María Téllez, quien fue la Comandante Dos en la guerra revolucionaria contra la dictadura de Somoza, y Cristiana Chamorro, quien intentó ser candidata a la presidencia para derrotarlo en las urnas, Daniel Ortega le quitó la nacionalidad nicaragüense a 94 personalidades que lo acusan de haber destruido la democracia en el país centroamericano.
Quitarle la nacionalidad a una persona le permite al régimen apoderarse de las propiedades y demás bienes que esa persona posea en Nicaragua, pero también implica algo aún más oscuro y desolador: quitarle el alma de pertenencia.
Los 94 exiliados que acaban de perder la nacionalidad nicaragüense, son notables exponentes del periodismo crítico, el activismo político y la literatura. Los nombres de Sergio Ramírez y Gioconda Belli son reveladores del alcance de los rencores de Ortega.
Sergio Ramírez fue su vicepresidente en el gobierno revolucionario del FSLN que existió durante la década del ochenta. A renglón seguido, se convirtió en su crítico y en el más lúcido defensor de la democracia liberal, al mismo tiempo que alcanzaba el reconocimiento internacional como escritor, ganando el Premio Cervantes.
Quitarle la nacionalidad a Sergio Ramírez, más que dañar al gran autor de Mil y una muertes, daña al pueblo nicaragüense.
También daña a los nicaragüenses que una de sus escritoras más reconocidas fuera del país, como Gioconda Belli, la autora de Sofía de los presagios, El país bajo mi piel y Las fiebres de la memoria, haya sido privada de la nacionalidad por un dictador cada vez más cruel y desopilante.