El mundial de fútbol generó una “futbolización” mundial. El fenómeno generado por el torneo visibilizó a un futbolista iraní condenado a muerte, despertando un clamor internacional contra el régimen de los ayatolas para que no lo ejecuten.
El mundo entero vio el rostro de Amir Nasr-Azadani y un coro global clamó por su vida. Pero en ese coro faltaron las voces de los que jugaban en Qatar.
Sólo un par de días antes habían sido ejecutados en la horca otros dos jóvenes por participar en las protestas y enfrentar a las brutales fuerzas de choque Basij. Además, decenas de personas llevan semanas esperando en el corredor de la muerte que los lleven al patíbulo, para que se cumpla la condena que ya se dictó sobre ellos.
Sólo por Azadani hubo un clamor internacional. Por los que han sido ejecutados y por los condenados solo hay un ensordecedor silencio.
Por cierto, las dos primeras ejecuciones acarrearon nuevas sanciones contra Irán, además de denuncias en foros internacionales. Pero la diferencia con el clamor que le mostró al mundo entero el rostro de Azadani está en que él es futbolista.
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En el mundo futbolizado por el campeonato mundial, calzar botines y vestir casacas con números en la espalda visibiliza y jerarquiza por sobre el resto de la humanidad.
Es absurdo, pero al menos hizo que cientos de millones de personas se enteraran que en un país gobernado por lunáticos religiosos, protestar contra el gobierno es “herem” (pecado) y trenzarse con las fuerzas de represión lanzadas contra los manifestantes es “muharebeh”, que significa atacar a Dios.
Desde muchos rincones del planeta llegaron a Irán repudios por los que ya han sido ejecutados y reclamos para que no haya más ahorcamientos. En particular, los reclamos piden por el joven futbolista.
Donde no hubo ninguna señal contra la represión en Irán fue en la pequeña península que está en la otra costa del Golfo Pérsico y en estas semanas ha concentrado la atención del mundo: Qatar.
De la FIFA no se podía esperar nada, porque no haría nada que moleste a Tamim al Thani, el anfitrión que la regó de millonarios sobornos para que su reino sea sede del mundial. Y el emir qatarí tiene una buena relación con los ayatolas iraníes. Ese vínculo entre Doha y Teherán fue uno de los motivos del bloqueo que le aplicaron durante varios años Arabia Saudita, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos y Egipto.
Del único funcionario de la FIFA que podía esperarse algún gesto era de Mauricio Macri, por tratarse de un ex jefe de Estado.
De hecho, no luce bien en la foja de un ex presidente ser funcionario de la FIFA. A la colección de opacidades que tiene la entidad internacional del fútbol, se sumó el “Fifagate”, la trama de sobornos pagados por Qatar para ser la sede del mundial.
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A Macri le habría venido bien tener un gesto que lo distinga en esa oscura dirigencia. Como ex presidente y como dirigente de fútbol, tuvo una gran oportunidad de hacer escuchar su voz reclamando por la vida de un futbolista. Pero no dijo nada. Peor aún, cuando se le cruzó un micrófono hizo elogios negligentes y oscuros a Qatar.
Elogió el modelo económico de un país donde la riqueza brota a borbotones desde el suelo y elogió que en ese reino donde la tortura es legal y la homosexualidad es un delito que se paga con prisión o con muerte, estén prohibidos los sindicatos.
En los mismos días que Macri elogiaba la prohibición de sindicatos, el “Qatargate” sacudía Europa al descubrirse los sobornos qataríes a eurodiputados para que cesen las denuncias por las miles de muertes de trabajadores asiáticos, que fueron víctimas fatales de las pésimas condiciones laborales y de la falta de medidas de seguridad para los obreros de la construcción en Qatar.
Al silencio de la FIFA al que Macri añadió declaraciones lamentables, se sumó la ausencia de gestos de solidaridad con el futbolista iraní por parte de los jugadores que estaban en el centro de las miradas del mundo. Quienes mayor poder de impacto y visibilidad tenían para influir sobre el régimen de los ayatolas, no hicieron nada.
Las selecciones que jugaron el torneo mundial no emitieron señales para ayudar al colega condenado en Irán. Nadie estaba en mejores condiciones que los jugadores para reclamar por esa vida y las de los demás condenados a muerte.
Corresponde preguntarse si las selecciones que aún estaban en competencia cuando se dictó la condena a muerte de Azadani, no podían acordar entre ellas que todos los jugadores, al entrar al campo de juego, hicieran un gesto que fuera leído como reclamo por la vida del colega iraní. Vale preguntar si no pudieron, como tantos deportistas norteamericanos que se hincaban levantando un puño en señal de apoyo al Black Lives Matter, ponerse de acuerdo en realizar antes de iniciar cada partido una señal que sería vista por el mundo entero, porque estaban en el punto donde convergía la mirada global.
Es cierto que la FIFA tiene reglas que impiden gestos políticos, pero… ¿cuántas reglas han violado los dirigentes de la entidad que aceptó suculentos sobornos para darle la sede al emirato?
Sólo los jugadores alemanes, en el primer partido, se taparon la boca para repudiar que la FIFA aceptara con genuflexión la prohibición qatarí de usar brazaletes arco iris en solidaridad con la perseguida comunidad LGTBI de ese país árabe, mientras que los iraníes no cantaron su himno en protesta contra la represión que ya dejó medio millar de muertos y las cárceles repletas.
Pero las selecciones que quedaban en Qatar cuando condenaron al futbolista, no hicieron señal alguna.
Una vida absurdamente condenada a terminar en una horca por haber “atacado a Dios” ¿no vale violar reglas de una entidad corrupta?
En un caso en el que la transgresión vale más que el cumplimiento de una regla ¿no valía la pena transgredir para ayudar a un joven a salvarse de la horca, a la que fue condenado por haber apoyado una protesta que es justo y necesario apoyar?
Además de admirarlos como jugadores excepcionales, habría sido admirable que hicieran un gesto por el futbolista iraní.