Hay múltiples grietas en nuestra querida Argentina. La política, claro está. Pero el mercado laboral es hoy la expresión más elocuente de la fragmentación y vulnerabilidad plena de la enorme mayoría de los que están adentro, sin que nadie esté pensando en mejorar la situación. Pasó la pandemia y se perdió una oportunidad única para hacer que haya más trabajo y de mejor calidad para todos.
Veamos. En la Argentina hay 28 millones de personas entre 18 y 25 años en edad de trabajar. Unos 12 millones no participan activamente del mercado laboral (estudiantes, “ni-ni” o mujeres al cuidado del hogar) y de los 16 millones restantes, nueve millones están bajo el paraguas de un trabajo formal.
Hoy, en este contexto inflacionario, lo más relevante de esa cobertura está en la negociación paritaria: la posibilidad de que un gremio discuta con su contraparte de qué manera y cuánto se van a actualizar los salarios. En la pandemia lo relevante fue la prohibición de despedir, por caso, que amparó sólo a este segmento.
De esos nueve millones, seis millones están en el sector privado y tres en un empleo público. Ambos subsistemas gozan de vacaciones y feriados pagos, vacaciones, cobertura médica, aportes jubilatorios e indemnización en caso de despido. Eso es casi imposible dentro del Estado, porque la estabilidad laboral está garantizada de por vida.
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Del otro lado, el 47% de los laburantes está fuera de ese paraguas de protección social. Son seis millones que la pelean diferente todos los días. Alrededor de un millón son desocupados, un millón es monotributista, lo que significa algún nivel de informalidad, pero el grueso está en las categorías A y B, de bajos ingresos.
Los otros cuatro millones son cuentapropistas: 70% con trabajos de bajos ingresos y sobre todo, de actividad intermitente, muy sujeta al ritmo de la actividad económica. Acá los problemas son múltiples: un tercio tiene muy bajo nivel educativo, con lo cual la posibilidad de insertarse en mejores trabajos es muy baja.
Hoy están alcanzados por el plan Potenciar Trabajo, de 32 mil pesos, pero la perspectiva de sumar ingresos propios relevantes es nula. Otros son jóvenes sin experiencia que nadie quiere para formar porque es caro tomarlos para eso y no hay incentivos laborales para que eso no pase. Y la mayoría son independientes que salen a pelearla todos los días (plomero, obrero, costurera), que no vive del subsidio del Estado, pero son severos problemas de lograr que sus ingresos compensen la inflación.
Son cada vez más pobres y no están alcanzados ni por la protección del Estado ni por un gremio que discuta por sus derechos. Están fuera del radar de ambos: nadie piensa en cómo incluirlos. La torta está muy despareja y urge discutir cambios en la regulación laboral que incluyan a más gente. No se trata de tocar los derechos de los que ya están cubiertos, pero urge pensar en cambios que no dejen a la mitad afuera.