Hace exactamente diez años comenzaba el régimen residual chavista.
La muerte de Hugo Chávez, oficializada el 5 de marzo del 2013 desde Cuba, aunque probablemente ocurrió días, semanas o meses antes, dejaba el poder en manos de Nicolás Maduro, el gigantón de bigotes que había sido señalado como sucesor por el exuberante líder caribeño antes de partir a la isla a recibir tratamiento oncológico.
Poco después llegó la elección con el presidente como candidato oficialista y Henrique Capriles como candidato de la Mesa de Unidad Opositora (MUD). La sensación de fraude coronando una campaña electoral en la que el régimen aplicó todas las injusticias posibles para invisibilizar al frente opositor, hizo estallar el primer “cacerolazo” masivo.
En ese primer año de chavismo residual, la caída de los precios del petróleo, la ineptitud visible del ex colectivero y ex canciller devenido en presidente y la violenta arrogancia tan explícitamente autoritaria que irradiaba el número dos del régimen, Diosdado Cabello, azuzaba gigantescas protestas que parecían destinadas a derribar esa estructura de poder que ya no contaba con el carisma y la energía de su creador: el “comandante Chávez”.
Efectivamente, fueron olas gigantescas de manifestantes las que inundaron las calles de Caracas y otras ciudades venezolanas. La caída de Maduro parecía inevitable. Pero no ocurrió.
La represión fue brutal, dejando cientos de muertos y las cárceles colmadas de presos políticos. A la vista quedó la réplica de esquemas represivos de formato iraní: entrenados por la fuerza de choque iraní Basij, los llamados “colectivos” chavistas disparaban desde motos en marcha y realizaban ataques piraña contra manifestantes que separaban de la multitud y molían a golpes.
La represión fue visiblemente criminal y en el Helicoide (cuartel general del aparato de inteligencia: SEBIN) se torturaba a mansalva.
En la oposición interna y en la externa (Estados Unidos y los países que empezaron a nuclearse en el llamado Grupo de Lima) se apostaba a fracturas en el frente militar. Pero eso tampoco ocurrió.
En los años siguientes, el régimen residual chavista no sólo no cayó sino que, tras el triunfo de la represión criminal, consolidó el control sobre todas las estructuras del poder político y económico.
Después del fracaso de Capriles, fracasó en sus embestidas la triada opositora encabezada por Antonio Ledesma, Leopoldo López y María Corina Machado. López fue encarcelado en la prisión militar de Ramo Verde y el suplicio que padeció fue visible en el mundo entero. Pero el régimen seguía en pie. Y así se mantuvo a pesar de las calamidades que padeció la población por la bancarrota económica de Venezuela.
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Desde el comienzo de su década de poder, Maduro mostró rasgos del surrealismo que merodea la literatura de García Márquez, Carpentier y demás cultores del realismo mágico. Su “diálogo” con Chávez que le apareció convertido en “pajarito” y la imagen del comandante aparecida en la pared del subte de Caracas, fueron algunas de las tantas evidencias del carácter delirante del régimen.
Tras el desgaste de la tríada opositora Ledesma-López-Machado y después de otra elección con gusto a fraude y flagrante violación de las más elementales normas de equidad en la campaña electoral, irrumpió una nueva estrella opositora: Juan Guaidó, proclamado por el Congreso con mayoría opositora como “presidente encargado”.
A esa altura, la hiperinflación hundía en la desepsperación a más del ochenta por ciento de la población y Venezuela producía una diáspora de dimensiones bíblicas. La gallina de los huevos de oro, la petrolera estatal PDVSA, languidecía por la combinación entre la caída de los precios internacionales del crudo y los ríos de petróleo que Chávez empezó a regalar a los gobiernos latinoamericanos que aceptaran alinearse bajo su liderazgo regional.
A cambio de proveerle la ingeniería de espionaje interno que le otorgara un blindaje contra conspiraciones en el propio régimen y contra embestidas de la disidencia, Cuba se hizo proveer petróleo venezolano gratis y con derecho, incluso, a exportarlo en su propio beneficio. Convertida en financiadora del liderazgo de Chávez y de negocios oscuros que le permitieran al llamado régimen bolivariano tener bajo control a dirigentes y gobernantes de otros países, PDVSA terminó hundiéndose.
A esa bancarrota y la del Estado venezolano no la explica la caída de los precios internacionales del crudo, porque todos los países petroleros sufrieron ese golpe, sin embargo el único país petrolero que se hundió fue Venezuela.
Sin embargo, ese régimen generador de calamidades se mantuvo a flote y terminó ganándole la pulseada al último cruzado opositor: Guaidó. También le ganó la pulseada al Grupo de Lima y ahora ve como Colombia restituye la relación con Caracas que los gobiernos colombianos anteriores habían roto.
¿Por qué sobrevive a los desastres que produce? La respuesta probablemente esté en Cuba, cuyo régimen también estuvo desahuciado muchas veces y nunca colapsó. En un proceso con pocos precedentes, los hermanos Castro lograron convertir a Venezuela en su pulmotor económico al colonizar el chavismo diseñando el blindaje que lo protege de su propia ineficacia y de sus enemigos internos y externos.
Ese diseño incluyó vínculos con el narcotráfico y la explotación ilegal del arco minero en la Cuenca del Orinoco, cobrando a mafias de China, Rusia, Turquía e Irán, además de guerrillas colombianas, el dinero negro con que financió la buena vida de la burocracia político-militar que se adueñó del Estado.
Por esa financiación desde las arcas clandestinas del régimen, nadie sacó los pies del plato.
A regímenes como el iraní, al que Chávez le abrió las puertas de la región, el chavismo residual le cobró en negro la conversión de Venezuela en base de Hizbolá.
La estructura de poder inhundible que el castrismo diseñó en Venezuela, fue exitosa. Maduro se mantuvo en la presidencia a pesar de sí mismo y del desastre económico que produjo el régimen que encabeza. Las mediocridades y ambiciones personalistas de la disidencia también colaboraron a que este 5 de marzo cumpliera diez años en la presidencia un personaje que, por medianía y por corrupción, parecía condenado al derrumbe inexorable del poder que heredó del creador del régimen chavista.