Nos conmovió la imagen de un abrazo. El que le dio Eugenia, la empleada de Bonafide, a Carlos, un chico de 21 años que había ido a pedir trabajo. Carlos salía desde hacía cuatro meses, comercio por comercio, y dejaba una hoja escrita a mano con su currículum, que no era demasiado. Nadie lo llamó nunca.
Algunos incluso se burlaban de esa manera desprolija y antigua de buscar laburo. Hasta que llegó a Bonafide y a Eugenia le llamó la atención ese muchacho tan respetuoso que esperó hasta que atendiera el último cliente para decirle que tenía que dejar un currículum pero se había quedado sin hojas y tampoco tenía una moneda para imprimir nada. Entonces le pidió que se quedara tranquilo, que escribiera otra con esa letra de molde tan prolija que impactaba y que dejara la hoja a ver si tenía suerte.
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Eugenia escribió la historia y la publicó en su Facebook. A partir de allí tomó vuelo y se convirtió en la noticia más vista y leída en cualquier medio que la publicara.
Me acordé del día en que quise viajar a Buenos Aires a visitar unos amigos y no tenía un peso en el bolsillo. Yo tendría unos quince o dieciséis años y nadie a quien pedirle el monto que necesitaba. Le pedí entonces al dueño del semanario de la ciudad que me dejara vender los periódicos que le habían sobrado. Caminé con un amigo de fierro casa por casa, barrio por barrio hasta conseguir el último peso que necesitaba para el viaje.
Cuando el lunes a la noche terminamos la entrevista que les hicimos a Eugenia y Carlos, Carlos me abrazó y se largó a llorar una vez más. Dijo que lo que le estaba pasando lo hacía reflexionar sobre su vida, darse cuenta de muchas cosas. Unos minutos antes, ante una pregunta de Lalo Freyre, había dicho que jamás se le había ocurrido ir al gobierno a pedir ningún plan, ninguna asistencia. Que jamás se le había cruzado por la cabeza salir a vender droga como hacen muchos de los chicos de su edad. Por eso fue a buscar el futuro negocio por negocio, todos los días durante cuatro meses, dejando esa hojita escrita con su pasado.
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Más allá de la simpatía de Carlos, y del inmenso corazón de Eugenia que ahora lo abraza y acaricia como a un hermano menor, la historia conmueve por la dignidad de ambos. Eugenia habla como si Bonafide fuera de ella, porque siente que tiene la camiseta puesta, porque no concibe trabajar de otra manera.
Carlos gasta zapatillas porque su corazón entiende que la única manera de sentirse orgulloso es trabajando. El ejemplo es elocuente. Y va a estar ahí, a mano, cuando necesitemos un motivo para seguir creyendo en el país. Recuerde a Eugenia y Carlos, recuerde que hay gente que trabaja por la camiseta y que no se resigna, ni se corrompe, ni dobla el cuello ante la adversidad.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.