No hay nada más desafiante para un artista que hacer reír. Los dicen todos los actores y actrices que alguna vez incursionaron por la comedia o el humor. Desafiante por varias cuestiones: el humor está atravesado por lo social, lo cultural, la información disponible y el tiempo histórico, entre otros. Todo eso junto constituye esa intangible vara dinámica que divide lo que nos hace reír de lo que no.
Otro factor importante: cuando la audiencia, el público a quien va dirigido ese humor, es heterogénea e imposible de identificar, el riesgo de que ése humor no llegue de la manera esperada, es mayor. Ahí es donde el factor “contexto” es crucial: recae en el artista tener ese rápido olfato para salir airoso de tan arriesgada tarea que es hacer reír. El buen humorista tendrá excelentes resultados si –con mucho tacto- es capaz de adecuar sus chistes a cada momento y lugar.
Raúl Sansica, creador del Festival Pensar con humor que este año cumple las 12 ediciones en Córdoba explicaba a este medio que “el humor cordobés se nutre de la calle, de esa picardía que circula en un determinado momento histórico. Entonces, el humorista capta esa realidad y la lleva con más o menos recursos teatrales al escenario”. Si ese “pulso social” y los paradigmas cambian sería lógico pensar que el artista se hará eco de algo tan dinámico como es la cultura y el lenguaje. “Aggionarse” casi que parece algo inevitable para subsistir en un mundo tan vertiginoso como el que vivimos.
Sin lugar a dudas, cada región del mundo posee sus “temas sensibles” que los humoristas reconocen que deben saber caminar sigilosamente sobre esa frontera empantanada. Adrián Gómez reconoce que chistes sobre violación no hace más, que sacó una rutina de “¿cómo le dicen?” porque una mujer del público en el teatro lo cuestionó por qué no hacía esos chistes con los hombres.
Otros humoristas consultados reconocen haber eliminado de sus rutinas chistes sobre gays porque en un país donde se levantan la banderas de la igualdad reírse de lo que se considera un sector en plena conquista de derechos es casi un insulto. Otros argumentan que desde el humor también se pueden dejar mensajes y bajar una línea que ayude a la construcción de una sociedad más justa e igualitaria como puede ser romper con los estereotipos de género.
Sin embargo, en este contexto que actualizarse parezca lógico o inevitable para un artista no significa que sea “obligatorio”. Libre albedrío, llamarán algunos. Entonces, “¿hay límites para el humor?", le pregunté al reconocido standapero español Luis Piedrahita (googlealo, te lo recomiendo) y la respuesta de él fue: “no, no hay límites; lo que hay es humor bueno y humor malo”.
Ahora bien, ¿qué es “humor malo”? Para algunos puede ser ese humor “trazo grueso”, sin sutilezas, burdo, “chabacano” y encima ¡poco creativo! En épocas de redes sociales y whassap, contar un chiste que viene circulando hace años por estos medios corre el riesgo de resultar anacrónico y no despertar ni sonrisa, ni sorpresa. Para otros “humor malo” es no entender un chiste, por más “bueno” que sea, aunque parezca un trabalenguas.
Está claro, cuanto más complejas y cambiantes sean las sociedades, más desafiante será hacer humor. Y no se trata de matar a ningún mensajero, se trata de aprovechar esta oportunidad, donde los cuestionamientos se hacen públicos y se comparten, para mirarnos al espejo y ver no sólo de qué nos reímos, si no qué hacemos con eso que nos reímos. Y todo esto es gracias a algo mayor que nos cobija: un sistema democrático. Ése que nos permite -con respeto- hacer, deshacer, pensar, repensar, pedir disculpas, corregir, criticar, opinar y sobre todo, construir una sociedad mejor. Ya ven, el humor… es cosa seria.