Me dijo que la culpa de su aburrimiento la tenía el fin del mundial. Que le gustaba oír los himnos, ver la gente en las tribunas, apostar mentalmente a los ganadores y que disfrutaba de ver jugar a Bélgica.
Mañana empieza el abierto británico de golf, me dijo, pero el driver de Tiger Woods, además de estar gastado, no se puede comparar ni por asomo con el botín izquierdo de Messi. El otro día, incluso, vi la pelea de Matysse con Paquiao, para entusiasmarme con otra cosa, pero no hay caso, sobrino, jamás me ha divertido que dos personas se agarren a trompadas.
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Acabo de verlo a Macri, me dijo. Ese está más aburrido que yo. Dice siempre lo mismo. Aunque todavía tiene una ventaja: tiene buenos modos. Habla con un tono cordial, como si no pudiera dejar de ser amigo de nadie, y dice cosas que no son agresivas. No te olvides nunca que para las relaciones humanas es más importante ser amable que tener razón. No hace falta ser el teñido ecuatoriano para darse cuenta de eso. A la gente no le importa el contenido de lo que se dice. Lo que no quiere es que le griten, que la agredan, que la traten de estúpida.
Y el muchachito rico sabe bien esto. El problema es que si la inflación sigue creciendo, la cara de bueno va a pasar a ser cara de tonto y después de desgraciado. Esto es así, sobrino, siempre y cuando ganen, la gente se guía por la cara de las personas, por los gestos. Casi todos huyen de los perdedores y los enojados. Federer parece bueno y Nadal malo, Messi tiene cara de nene y Ronaldo de agrandado, a Reutemann lo que querían porque parecía un angelito aunque no ganara una sola carrera. A los gremialistas, a los grandes empresarios y a Donald Trump no los quiere nadie porque tienen cara de lo que son.
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Yo no me fijo en las caras, sobrino, me fijo en las manos. Son muy pocos los que saben mentir con las manos. Macri las pone juntas, adelante, casi ni las mueve. Está como contenido, como si quisiera hacer cosas que no hace por miedo. Ese es el otro tema, Jorgito, el montón de cosas que dejamos de hacer por miedo a que venga un desastre. Pero el desastre llega igual y encima nos deja el sabor amargo de ser desastrosos y cobardes.
El miedo es bueno cuando te salva de un peligro. El miedo te tiene que hacer correr, no paralizarte. Si tu tío Cacho hubiese aplicado el gradualismo, nunca me hubiera casado con él, me hubiese ido con uno más decidido, que me sacara a bailar antes, mientras dejaba que él siguiera deshojando la margarita.
Esta columna fue publicada en el programa Córdoba al Cuadrado de Radio Suquía – FM 96.5 – Córdoba – Argentina.