La Comisión Nacional de Defensa de la Competencia obligó a la empresa Molinos Río de la Plata a vender una de sus marcas de pastas, Vizzolini, por entender que tiene el 60 por ciento del mercado de pastas secas y por comprobar que la industria propiedad de Pérez Companc había subido los precios de algunas marcas por encima del promedio de precios de las pastas secas y por encima de la inflación.
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El hecho podría convertirse un caso testigo ante la concentración de marcas que exhibe toda la industria del consumo masivo, aunque no deja de ser un pedido menor. Primero, porque Molinos tiene Matarazzo, Lucchetti, Terrabusi, Don Felipe, Canale y Favorita, un abanico de marcas que abarca casi toda la góndola. Vender Vizzolini no mueve la aguja.
Segundo, porque el de las pastas secas no es el de los más concentrados. En las cervezas hay dos jugadores (Quilmes y Brahma) que pertenecen a la misma industria, Ab Inbev. En jabones para la ropa, Skip, Drive y Ala son de Unilever, que tiene el 97 por ciento del mercado. En jugos en polvo, Tang y Clight son de Mondelez. Si es el mismo fabricante bajo diferentes marcas, la competencia es simulada. Hay otros rubros donde hay dos que compiten pero que tienen tanto mercado que bien podrían ponerse de acuerdo en subir los precios. Pasa con los pañales (Huggies y Pampers) y con las gaseosas (Coca Cola y Pepsi), entre otros.
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El ojo rector del Estado debiera pasar por impedir grandes concentraciones de marcas en una sola industria, pero sobre todo, en promover que sean las Pymes las que puedan sumarse con su propia oferta. Y que el consumidor lo sepa, y que a la hora de comprar, pueda elegir comprarle a una Pyme. Y que la competencia sea en serio.