Fue cuando estábamos haciendo un móvil para Telenoche que desde los edificios empezaron a prender y apagar las luces de los balcones para saludarnos. Por el aislamiento, yo llevaba más de 20 días sin ver a mis hijas. Manuela, la más chica, prendía y apagaba la luz de su dormitorio para que yo la vea. Su mamá me mandó el video y yo lloré en una Chacabuco desierta.
Fue cuando por primera vez en un móvil desde el Hospital Rawson, llegó una ambulancia con enfermero y chofer vestidos de astronautas. Imagen que solo veíamos en los noticieros de Italia. La gente que esperaba en la guardia, sin barbijo porque aún no se usaban, salió espantada tapándose la cara con el cuello de la remera. Era el miedo que empezaba a contagiar.
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Fue cuando en un geriátrico de barrio Sarmiento, las pacientes hacían barbijos con fiselina y el cartel decía “un barbijo por una sonrisa”. Estaba el barbijo de ellas pero no estaba la sonrisa nuestra, ya estaba oculta en una cara de pandemia. Por muchos meses, para ellas todo fue desde lejos o detrás de un vidrio.
Alguna de esas fue, y cada uno tendrá la suya. Todos tenemos en estos días la imagen impactante, grabada como un surco en la piedra de la memoria, de ese instante que quedó en nuestro registro. El momento en el cual dimensionamos lo que estaba siendo para nosotros "la cuarentena". Ahora cumple un año y nunca la imaginábamos tan duradera.