“Che gorila, che gorila; no te lo decimos más. Si la tocan a Cristina, qué quilombo se va a armar”.
Los hits cantados en las movilizaciones que el kirchnerismo organizó en todo el país recuerdan el origen de estos días turbulentos: la proximidad de una condena a Cristina Kirchner por corrupción.
Desde el alegato del fiscal Luciani se suceden las maniobras para levantar la moral de la militancia y advertir a la sociedad del caos que podría sobrevenir si se establece la culpabilidad de la vicepresidenta en la causa por el direccionamiento de la obra pública. El clímax de esta fase de movilización permanente llegó después de la conmocionante escena del jueves a la noche del arma apuntando fugazmente a Cristina Kirchner.
El incidente deja muchísimas dudas, empezando por la naturaleza del hecho. ¿Realmente alguien quiso matar a la vicepresidenta? ¿Hubo una intención política? ¿Fue la acción solitaria de un desequilibrado? ¿O hubo un plan diseñado por algún tipo de organización? En ese caso, ¿quién o quiénes fueron los ideólogos? ¿Cuál sería el verdadero objetivo de ese hipotético plan?
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Entre las pocas certezas que ya tenemos a la vista está la de que esa dramática escena sólo fue posible por la aglomeración de militantes que el kirchnerismo promovió desde el pedido de condena de Luciani. Si el espacio público frente al departamento donde vive Cristina Kirchner se hubiera ordenado con vallas, tal como intentó hacer con su policía el gobierno porteño una semana atrás, buscar ejecutar un magnicidio de esas características hubiese sido inviable.
Otra certeza evidente es que la custodia oficial de la vicepresidenta se movió con una despreocupación llamativa tras el presunto intento de asesinato. ¿Cómo es posible que no se les haya pedido explicaciones los responsables del área de Seguridad?
En medio del estremecimiento causado por la dramática escena, Alberto Fernández anunció un injustificable feriado con un mensaje bochornoso: en su discurso calificó al confuso incidente como el más grave ocurrido desde el regreso de la democracia, restándoles así importancia a los atentados terrorista contra la Amia y la Embajada de Israel, a los sangrientos intentos de Golpe de Estado de los carapintadas, al copamiento de La Tablada, la voladura de Río Tercero, al crimen del fiscal Nisman y los intentos de asesinato contra Raúl Alfonsín.
Y, lo más grave, en el mensaje transmitido en cadena nacional sobre la medianoche, el Presidente culpó por el supuesto ataque al “discurso del odio que se ha esparcido desde diferentes espacios políticos, judiciales y mediáticos”. El eslogan no es original. Ya fue usado en Venezuela por la tiranía chavista para penalizar las disidencias, y aquí lo incorporó rápidamente la militancia que pareció disfrutar de este feriado absurdo.
Que el gobierno agite ese supuesto delito de “discurso de odio” contra opositores, sectores del Poder Judicial no alineados y medios cuyos contenidos no controla, representa el verdadero riesgo para la democracia.