Mucho más que un cambio de presidente y el paso de un modelo de liderazgo a otro diferente. Lo que se dirime en las urnas de Turquía es el diseño del tablero internacional. Allí se van conformando dos bloques encaminados hacia un choque de planetas.
Con Recep Tayyip Erdogán en la presidencia, Turquía está parado en uno de los bloques, pero marcha inexorablemente hacia el otro. Por eso el triunfo de la coalición de centroizquierda que lo enfrenta, implicaría detener esa marcha a contramano, convirtiendo a Turquía en lo que dejó de ser: un miembro confiable del bloque en el que la colocó el ataturquismo a mediados del siglo 20.
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Los gobiernos que siguieron la senda secular por la que encaminó el país Kemal Ataturk, el creador de la república sobre los escombros del viejo Imperio Otomano derrotado en la Primera Guerra Mundial, convirtieron a Turquía en miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Con muchos vicios autoritarios y niveles de corrupción siempre superiores a los europeos, la Turquía moderna y republicana de Ataturk atravesó la Guerra Fría teniendo el apoyo y la confianza de las potencias occidentales.
Esa Turquía lineal y claramente anclada en la OTAN y el espacio de las democracias noroccidentales, tuvo sólo dos sorpresas en más de medio siglo: el gobierno que encabezó la economista Tansu Ciller como primera ministra, por ser mujer, y el gobierno que encabezó el Necmettin Erbakan, por haber sido el único primer ministro de un partido islamista, hasta que aparecieron Abdula Gül y Recep Tayyip Erdogán.
El siglo 21 comenzó con la llegada al poder del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de carácter religioso, aunque tranquilizaba a los socios occidentales de Turquía diciendo que no acabaría con el estado secular y la sociedad laica porque era la versión turca de lo que eran los partidos Demócrata Cristianos en Europa y Latinoamérica.
Gül y Erdogán eran dos economistas pragmáticos que se habían destacado gobernando la ciudad de Estambul. Abdula Gül siguió siendo un moderado como primer ministro y luego como presidente de Turquía. Pero desde el cargo de jefe de gobierno, Erdogán mostró desde un principio una voluntad de acumulación de poder concentrado y personalista que resulta incompatible con el espíritu de la democracia. Y desde su segundo mandato como jefe de Estado, comenzó a reformar el sistema para reemplazar el parlamentarismo por un presidencialismo fuerte.
Así se puso en marcha lo que bien puede definirse como un proceso de “sultanización”. Alejado del moderado Abdula Gül, junto a quien logró en la primera década de este siglo una ola de inversiones que generó un descomunal crecimiento económico, el ex alcalde de Estambul se convirtió en un presidente sultánico que impulsó la re-islamización de la sociedad y el férreo control sobre la prensa, los sindicatos y la oposición.
El levantamiento golpista de los militares en el 2016 le dio la oportunidad de avanzar arrolladoramente contra derechos y garantías que el estado secular defendía. La sultanización de Turquía se aceleró, pero las inversiones empezaron a decrecer, igual que los salarios, devorado por una inflación desenfrenada.
La deriva personalista y autoritaria de Erdogán, conjuntamente con la caída de la economía y los defectos de la burocracia estatal que dejó a la vista el terremoto con epicentro en Bor que devastó el centro y sur de Turquía en febrero, permitió el crecimiento de la oposición.
El líder disidente Kemal Kilicdaloglu logró aglutinar un gran frente opositor, donde prima la centroizquierda y pero también están los islamistas moderados y partidos de centroderecha. Logró posicionarse a pesar de que, en un país donde casi el ochenta por ciento de la población profesa el Islam sunita, él pertenece a la minoría alaví, grupo étnico-religioso que se encuentra en los bordes del islamismo y es señalada como herejía como el sunismo más radical.
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Cuando las encuestas marcaron que Kilicdaroglu podía vencer a Erdogán y recuperar el rumbo laico que habían mantenido los gobiernos ataturkistas hasta que llegó al poder el AKP, el sultánico presidente lanzó un paquete de medidas demagógicas que incluyeron gratuidad del consumo de gas durante meses y sustanciales aumentos salariales.
A Kilicdaroglu lo apoyan las potencias occidentales, mientras que a Erdogán lo apoyó abiertamente Vladimir Putin, y también, aunque de manera más discreta, Xi Jinping y el régimen de los ayatolas chiitas iraníes.
Favoreció también al hombre que lleva dos décadas acumulando poder en Ankara, la irrupción de un tercer candidato, Sinan Ogán, dividiendo el voto opositor.
De haber triunfado el socialdemócrata Kilicdaroglu, Turquía volvería a la senda secular y reafirmaría su vocación europeísta y su lugar en la OTAN. Pero con Erdogán vencedor, continuará encaminándose hacia el bloque que están construyendo China, Rusia y la teocracia persa.