Es lo que hay en los extremos de la grieta. De un lado, la imposibilidad de condenar las violaciones a los Derechos Humanos cuando los perpetran regímenes como el de Maduro en Venezuela y el de Daniel Ortega en Nicaragua, además de un silencioso alineamiento con el autor de la invasión a Ucrania y la catástrofe humanitaria que provocó.
Del otro lado, un ex presidente que ostenta su cercanía con el ex jefe de la Casa Blanca que intentó destruir una elección presidencial porque la había perdido.
La ausencia de Cristina Kirchner es protagónica en las postales que dejó el paso de Gabriel Boric por Buenos Aires. El presidente chileno eligió Argentina como primer destino de sus viajes al exterior. Y no era una visita presidencial más, era la visita de una figura política relevante por su juventud, por su inteligencia, por haber dado vuelta una página de la democracia chilena y por impulsar una izquierda que se anima a decir en voz alta que “Putin es un autócrata” y que la invasión a Ucrania es un crimen inadmisible, además de condenar las violaciones a los derechos humanos cometidos por regímenes que se consideran de izquierdas, como el de Venezuela y el de Nicaragua.
Seguramente es por no mostrar complicidades indecentes con dictadores calamitosos y brutales, que Boric no tuvo ni un encuentro con Cristina. Ni siquiera en su visita al Congreso fue recibido por la vicepresidenta, que es también presidenta del Senado. ¿De verdad le era imposible cambiar su agenda para poder saludar personalmente a Boric? ¿o lo que quiso es eludir todo encuentro con el presidente chileno, porque él puede repudiar los crímenes si los comete Putin, Ortega o Maduro?
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Esa vereda de la grieta muestra su aversión a la cultura liberal-demócrata y se identifica con quien la aborrezca y la enfrente, sea el líder ruso desde el nacionalismo expansionista y ultraconservador, o el izquierdismo autoritario que expresan los regímenes que imperan en Venezuela, Cuba y Nicaragua.
Se supone que Mauricio Macri defiende la democracia liberal, o sea el sistema de división de poderes, prensa libre y vigor institucional limitando el poder de quién ocupa la presidencia. Sin embargo, en el momento menos indicado para hacerlo subió a las redes la foto de su encuentro con el magnate neoyorquino que públicamente instó a Vladimir Putin a usar información de la que supuestamente dispone para atacar la imagen internacional de Joe Biden, presidente de su propio país y líder del frente euro-norteamericano que enfrenta al líder ruso desde que inició la invasión a Ucrania.
Darle al enemigo de su país munición para atacarlo sería lisa y llanamente alta traición si el actual conflicto entre Estados Unidos y Rusia fuese directo y declaro. Pero que no se dé en forma directa ni haya sido declarado no implica que ayudar al enemigo no sea traicionar a los propios, sino solamente que no es imputable.
Probablemente lo sea la actuación de Trump durante los trágicos sucesos del 6 de enero del 2021. La justicia norteamericana posiblemente probará de manera contundente que el entonces presidente norteamericano instigó el asalto al Capitolio. El mundo entero pudo ver su discurso arengando a actuar contra el Congreso para impedir la certificación legislativa del escrutinio que decretaba su derrota.
Que un presidente intente destruir una elección para impedir que la voluntad popular expresada en las urnas se cumpla, es inédito. Lo de Trump fue un intento fallido y trágico de golpe de Estado. Trágico, porque el asalto al Capitolio mediante violentas turbas de extremistas causó muertes, además de dejar una mancha en la historia de los Estados Unidos.
En los mismos días en que Cristina mostró su dificultad para condenar las atrocidades de Putin y los crímenes de los amigos del autócrata ruso, en lugar de remarcar la diferencia con la cultura política autoritaria, Macri ostentó una foto con Donald Trump, un estridente exponente de la cultura política que desprecia a la cultura liberal-demócrata.