En el océano de gente que en el mundo se maravilla con la música de Pink Floyd, muchos sentirán una amarga sensación ante noticias como el reciente enfrentamiento entre Roger Waters y David Gilmour. El último episodio de la vieja guerra entre el bajista que fundó la legendaria banda británica y el guitarrista que se incorporó cuando las derivas de la mente de Syd Barret le impidieron continuar, tuvo en la trinchera a la esposa del segundo.
La periodista, escritora y letrista Polly Samson respondió con un tuit demoledor la ácida crítica de Waters al último tema que grabó Pink Floyd, en el que apoya a Ucrania en la guerra que le impuso Vladimir Putin al ordenar la invasión rusa.
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En un diario alemán, el talentoso compositor y bajista señaló implícitamente que apoyar a Ucrania como lo hizo el último videoclip del grupo inglés, equivale a colaborar con la prolongación de la guerra.
La respuesta a semejante acusación, eco de la propaganda lucubrada en las usinas de propaganda del Kremlin, fue la acusación de Samson en el tuit que su marido, David Gilmour, respaldó de punta a punta. En su tuit, Samson le dice a Waters que es “antisemita hasta la médula”, también “un apologista de Putin y un mentiroso, ladrón, hipócrita, evasor de impuestos, misógino, enfermo de envidia y megalómano”.
Sería una respuesta demasiado lapidaria, sino fuera más dura aún, además de descabellada, la acusación de Waters a sus ex compañeros: colaborar con la multiplicación de la muerte y la destrucción en el país al que el jefe del Kremlin está destruyendo con su ejército y sus bombardeos.
Las grietas que parten sociedades en bloques que se aborrecen mutuamente son un fenómeno exacerbado de este tiempo. Pero no sólo dividen cultural y políticamente a los habitantes de cada país y a los bloques de países. También se producen en otras dimensiones. Por caso, la grieta que divide al mundo entre quienes apoyan a Putin y quienes denuncian su guerra criminal y su despotismo, alcanzó a una de las bandas más prolíficas de la historia del rock.
En rigor, los actuales miembros del grupo están unidos también en esa dimensión. Pero Roger Waters, aunque se separó de la banda en 1985, está intrínsecamente ligado a lo que significa Pink Floyd.
El bajista es un pilar fundamental de su historia porque componía y diseñaba las puestas en su etapa más prolífica. El guitarrista David Gilmour también es una parte crucial de esa historia. Por eso la espantosa pelea que mantienen desde hace más de 35 años resulta desoladora para tantos millones de personas.
Juntos hicieron El Lado Oscuro de la Luna, álbum psicodélico que llevó el rock a una nueva dimensión, más sofisticada en materia tecnológica y conceptual, en gran medida por el aporte que hizo a la obra del ingeniero de sonidos Alan Parsons. También juntos, Gilmour y Waters construyeron un disco monumental a partir del tema Otro Ladrillo en la Pared. Por eso sus agrios choques duelen.
En el último capítulo del desprecio entre Gilmour y Waters aparece la esposa del guitarrista lanzando el contraataque furibundo contra Waters. Esta batalla refleja una grieta que parte el mundo entre los que apoyan a Rusia y creen en su argumento para justificar la invasión a Ucrania, y quienes defienden al país invadido y ven en el jefe del Kremlin un brutal exponente del agresivo ultranacionalismo ruso.
La grieta de Pink Floyd había empezado mucho antes de que Waters dejara el grupo y se agudizó por sus intentos judiciales de bloquear la continuidad de la banda tras su separación.
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Para Rogers Waters, Pink Floyd no debe existir sin él, porque él es Pink Floyd. Pero David Gilmour y los otros dos integrantes, Rick Wright (posteriormente fallecido, en el año 2008) y Nick Mason, terminaron quedándose con la marca.
La verdad es que Pink Floyd perdió potencia, creatividad y riqueza artística sin Waters, y Waters también perdió creatividad, potencia y riqueza artística sin Pink Floyd. Ambas partes perdieron, pero la guerra continuó. Y en esta batalla, Rogers Waters atacó desde la controversial trinchera que eligió desde hace tiempo.
En la última década y media de la banda completa, en lo único que coincidían Waters y Gilmour era en el afecto por Syd Barrett, el guitarrista que lideró la banda en sus inicios y de la que lo separó su pérdida paulatina de conexión con la realidad.
En lo más profundo de la grieta hay egos, codicias y celos. Pero ese odio oscuro y viscoso lleva tiempo canalizándose por las opuestas visiones políticas del mundo que exhiben unos y el otro. Por caso, en la guerra que desangra a Ucrania, Gilmour y su esposa ven una invasión criminal y absolutamente injustificada, mientras que Roger Waters justifica la invasión lanzada por Putin con el mismo argumento elaborado por los propagandistas del Kremlin: a Ucrania la gobiernan nazis dispuestos a convertir ese país en la plataforma para un ataque de la OTAN a Rusia.
La posición del talentoso bajista es una continuidad de su adhesión a regímenes autoritarios que confrontan con Estados Unidos y sus aliados europeos. Roger Waters siempre confundió “progresismo” con ultra-nacionalismos que, como en el caso de Vladimir Putin, son oscuramente reaccionarios, además de manejarse con concepciones geopolíticas como las que inspiraron el expansionismo territorial que generó las peores guerras del siglo pasado.
El ex bajista de Pink Floyd marcó la historia del rock con su inmenso talento artístico, pero en la interpretación de la actualidad y de la historia muestra ignorancia y negligencia. El error de creer que el solo hecho de confrontar con Washington implica “progresismo”, lo lleva a apoyar dictaduras calamitosas como la del chavismo residual y revela que su inmenso talento para componer canciones contrasta con sus obtusos posicionamientos.
Desde esas nieblas atacó la canción en la que Pink Floyd se muestra abiertamente del lado ucraniano del conflicto, mereciendo el furibundo contraataque lanzado desde el otro lado de la grieta que atraviesa la historia de la legendaria banda.